el maestro liendre

Esto sólo lo arregla Capra

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El viernes se me apareció Frank Capra. Estaba viendo el informativo de La 1 –ese ejercicio de funambulismo periodístico ejemplar, que aún sobrevive con menos recursos, con los cates y las amenazas volando desde diestra y siniestra–, cuando se encarnó ante mi plato Duralex (sed lex) el espíritu del viejo mago. La escena tenía el inconfundible trazo, incluso nevado, del prestidigitador de vara blanca y negra. Ese que nos hizo creer varias veces, siquiera un rato, en la posibilidad remota de la bondad humana.

Era una pieza interesantísima, incluso intrigante, del corresponsal de nuestra todavía tele pública en Alemania. Amarraba la atención como la primera página de una buena novela negra por más cálida que fuera. Pero, es real. Sucede. Hablaba de un pequeño milagro voluntario, voluntarista y repetido. Como siempre sucede, transcurre en un pequeño pueblo. Allí han aparecido ya 19 sobres con 10.000 euros cada uno.

Alguien, una persona sin identificar, o varias, los dejan en comedores sociales, en parroquias que atienden a mendigos o inmigrantes que no tienen donde caerse mientras mueren, en asociaciones que dan cobijo, alimento o algún tipo de ayuda al que no tiene nada. Nadie ha visto a nadie dejarlos, pero aparecen. Multipliquen. El reparto anónimo, impersonal, de alguien para todos, va ya por casi 200.000 euros.

En los sobres, estratégicamente ubicados, se incluye un recorte de prensa en el que se habla de la necesidad o problema al que se enfrenta el párroco, voluntario o trabajador social que recibe el donativo. Por poner uno de los primeros ejemplos, el responsable de un comedor que organiza dos comidas al día para abandonados absolutos se quejaba en el periódico local de que empezaban a faltar alimentos y de que la cocina era un desastre. En el sobre se incluía el articulito, subrayado, e instrucciones: el dinero sólo podría gastarse en alimentos y una cocina nueva.

Así, un caso tras otro, hasta 19.

En otra aldea cercana, el mismo autor (o autores) han creado moda. O han ampliado su radio de acción. Ya han aparecido tres sobres con 3.000 euros cada uno. La mecánica ritual del asunto es idéntica. Y ya se han disparado la avaricia periodística, el morbo de la curiosidad vecinal y todas las miserias que amenazan hasta a la mejor de las intenciones. Afortunadamente, aún no han dado con el autor (o autores). Ojalá no lo hagan nunca por más veces que se repita. Aunque no se repita.

Mientras se contemplaba el vídeo (es fácil de encontrar en internet con un básico rastreo en un buscador) era imposible evitar el recuerdo de ‘Un gangster para un milagro’, ‘Juan Nadie’, ‘Qué bello es vivir’ o cualquiera de esas obras artesanas de Capra en ‘complú’ con Gary Cooper, James Stewart o la beldad revelada de Donna Reed.

Ese realizador, que había visto la infinita crueldad de varias guerras en primera fila, desarrolló luego la insólita capacidad de hacernos creer, durante dos horas, nada menos, que algunos de nosotros somos buenos, que somos capaces de poner el bien común, el ajeno, por encima del propio. También se aprovechó de nuestra necesidad. Necesitamos creer que lo mejor, que la solución, también está, como lo peor, dentro de nosotros, eficaces y tenaces creadores de todos los males.

Ahora y aquí, tan lejos de esos años 30 de inocencia pisoteada, tan distantes en lo geográfico y lo demás de esa Alemania en la que se repite el milagro, sólo queda esperar uno. Hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para creer que llegará. Aquí abajo, cunde la desesperanza.

Uno sólo ve a empresarios ávaros vaciar sus empresas, autoparodiarse en la tele o los juzgados, mientras dejan vacíos a miles de trabajadores. Sólo escucha hablar de despidos, de empresas que cierran y destruyen consumidores que ya no podrán sostener a otras. Sólo se ve a caníbales del beneficio capaces de llevar la pobreza a millares por tal de conservar el margen de beneficio de diez o doce. Sólo se ve a parados que ya desconfían de otros parados, a trabajadores que miran de reojo a otros trabajadores, o a los sindicatos. Nada mejor que dejar un plato para veinte si quieres verlos humillarse, traicionarse por una cucharada. Cada vez más esperando, dispuestos a más por menos, a darse puñaladas por las migas.

No se ve salida, nadie espera el milagro aquí, en el hemisferio de la picaresca, donde todos desconfían de todos y engañan por prever que les engañarán. Jamás conocieron los menores de 50 años un estado de desánimo tan hondo en lo colectivo (en lo particular, cada uno tiene su vereda).

Parece tan trillado el pesimismo, tan repetida cada frase de tristeza comunitaria que sólo cabe confiar en que ese buenismo de Capra, su capacidad de contagiar la fe en los milagros consiga obrar alguno. Pero lo vemos lejos, debe estar más allá de Medina, porque ni los días claros se intuye.

Aquí, donde nadie reparte nada, donde cada privilegio se considera merecido y cualquier ayuda, estupidez, no parece posible el prodigio. Pero hemos llegado a un punto en el que la aparición de sobres con 10.000 euros resulta la más probable de las soluciones, el más cercano de los alivios, el más sensato y real de los arreglos. Pruebe a pensar en los demás. Ya verá como le parecen aún más remotos.