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Nostalgia del Geypermán

Cuesta no sentirla de aquellos tiempos en los que no mandaban la codicia y el miedo

LORENZO SILVA
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Se ha muerto, a los 94 años, Antonio Pérez Sánchez, el fundador de la empresa Geyper. Para los niños nacidos en los 60, el artífice de aquel muñeco memorable, el Geypermán, con el que corrimos toda suerte de aventuras por los descampados de unas ciudades que aún los tenían. Yo recuerdo los de Madrid, en Cuatro Vientos, donde ahora hay una avenida que se llama, de forma tan ridícula como significativa, avenida de la Peseta. En aquellos descampados madrileños, en aquellos tiempos felizmente anteriores a los de los alcaldes que se pusieron como meta dejar alicatado todo el término municipal, trabajamos duramente para dar el máximo realce a las aventuras de nuestros Geypermanes: cavábamos trincheras, levantábamos fortines con tablones y ladrillos robados de las obras, incluso llegamos a abrir caminos que simulaban carreteras por las que ellos circulaban montados en jeep .

Con aquellos muñecos como intermediarios, construimos fraternidades, forjamos nuestra personalidad y algunos aprendimos incluso a tramar y contar historias. En honor a la verdad, no eran un invento totalmente español, ni Geyper, su fabricante, había sido original al producirlos. Se parecían mucho, quizá demasiado, a un muñeco inglés llamado Action Man (yo lo descubrí gracias a mi tío, que trabajaba en Iberia y me trajo uno de Londres, antes incluso de que se vendiera el Geypermán).

En cualquier caso, aquel muñeco, fabricado en España, y adaptado a los gustos españoles (tanto que en su última época se produjo el Geypermán guardia civil y el Geypermán legionario) es un vestigio y un ejemplo de la época en que españoles industriosos como Antonio Pérez Sánchez creaban empleo y aportaban al PIB pensando qué podían fabricar para hacer más feliz a la gente, dándole luego forma y convirtiéndolo, con inteligencia, en el objeto de deseo de millones de sus conciudadanos. Ahora, en esta época de especuladores en que damos a las avenidas nombre de moneda, los niños españoles solo consumen productos importados (desde los videojuegos a las muñecas de Monster High) que engordan el PIB de otros. Ahora, agotada ya la burda ilusión del ladrillo, no se nos ocurre otra salida que tratar de resucitarla como sea, incluso entregando el poco suelo que nos queda alrededor de nuestras hipertrofiadas ciudades, espacios naturales incluidos, a constructores de casinos que no quieren sujetarse a nuestras leyes, y ante los que se pliegan, zalameros, nuestros gobernantes, esos mismos que a nosotros, sus súbditos, no paran de apretarnos y disciplinarnos.

Mala e inútil es la nostalgia, pero cuesta no sentirla de aquellos tiempos en los que no mandaban la codicia y el miedo. Cuando teníamos al Geypermán, un héroe capaz y digno.