Víctimas de la burundanga
Jaime se despertó tirado en las escaleras de su casa, le habían robado. Es la última víctima de una droga cada vez más extendida en España que anula la voluntad
Actualizado: GuardarLa bronca paterna que le cayó a Jaime cuando los vecinos se lo encontraron tirado inconsciente en las escaleras de su casa fue, en comparación con lo que había sucedido, una broma. Esa noche, la del sábado día 11 de febrero, este madrileño estudiante de Historia se había convertido en un zombie, un ser sin voluntad con el que su agresor pudo hacer lo que quiso. Durante unas horas no fue nadie, a lo sumo la última víctima de la burundanga, una peligrosa droga que acabó en su copa y que en los últimos tiempos se ha convertido en uno de los muchos peligros que acechan la noche de la capital. Un hecho frecuente, pero del que no existen estadísticas, como confirma la Confederación Española de Policía (CEP). Sin ir más lejos, este lunes detuvieron en Madrid a nueve trabajadores de un prostíbulo por sedar con 'Lexatin' a sus clientes para atracarles.
El relato de los hechos de la noche en blanco de Jaime es inconexo y desagradable, como todas las pesadillas. Comienza la tarde del viernes, cuando se dirige a casa de unos amigos franceses para tomar unas copas. Jura que no fueron muchas, es diabético y no puede pasarse con el alcohol. «Tres rones con coca cola», admite. Después salieron a quemar la noche por Gran Vía y Malasaña. «Recuerdo entrar en un bar y estar allí un rato». No hay más. Según sus amigos, de pronto, desapareció. Ellos pensaron que había ligado. Y no. Eran las tres de la madrugada. De las siguientes horas no recuerda nada, salvo haber llamado al timbre de casa, sobre las ocho.
Respondió su madre, pero él permaneció mudo. A las diez se lo encontraron tirado dentro del portal sin cartera, sin llaves, sin tarjeta de crédito y sin 50 euros, con los nudillos de la mano derecha hinchados de golpear a alguien o a algo y los bajos de los pantalones llenos de porquería. Había sido una noche salvaje en el peor sentido de la palabra.
En su casa le cayó una buena por haberse pasado con el ron. Sin dormir se fue a la comisaría y a las dos de la tarde, a la cama. Cuando se despertó, sonaron las alarmas. «Al levantarme tenía una sed como no la he tenido en la vida. Solo quería beber agua y no me acordaba de nada, ni siquiera de lo que había denunciado, ni del momento en que me encontraron, ni de la conversación que había mantenido con mis padres». Todo formaba parte de un relato inconexo. En Urgencias del Clínico de Madrid confirmaron sus temores: «Me dijeron que me habían drogado con escopolamina para robarme. No sé lo que hicieron conmigo o lo que me obligaron a hacer».
No encontraron signos de abuso ni rastros de la sustancia en su sangre, pero el equipo médico le confirmó que su caso no era extraño, que respondía punto por punto al uso de la droga conocida como burundanga, común en secuestros, robos y violaciones en las zonas más 'calientes' de Latinoamérica -como Colombia- y una amenaza creciente en Madrid. En dosis pequeñas, la escopolamina -o burundanga- es un alcaloide que se extrae de plantas como la mandrágora o el beleño y que se utiliza para mitigar los mareos y los vómitos. En dosis altas, los criminales la utilizan para anular la voluntad de sus víctimas. Si se pasan en la dosis, te matan.
Drogas y violaciones
Aquel mito que asustaba a las madres, la letanía del 'cuidado no te echen nada en la copa', se ha convertido en un hecho dolorosamente real. Por la noche, generalmente en bares y discotecas, alguien aprovecha un descuido para verter la droga en una copa -en polvo o disuelta- y espera a que surta efecto. Durante un par de horas, la persona queda en un estado de semiconsciencia en el que puede moverse, hablar, pero sin voluntad: puede robar o dejarse robar, agredir o ser agredido, o ser forzado sexualmente. Tampoco recuerdan nada de lo ocurrido.
Ocurre más a menudo de lo que se conoce. Lo sabe Lola Cidoncha, psicóloga coordinadora de la Asociación de Atención a Mujeres Violadas de Madrid, que admite que los casos en los que intervienen drogas que anulan la voluntad son «comunes». Advierte que dado que la escopolamina y otras sustancias «fáciles de conseguir por internet» desaparecen rápido de la sangre, su uso es difícil de probar en un juzgado. «Hemos tenido casos de mujeres que se despiertan en un banco, en la calle, en un hotel o en su propia casa sin ropa interior o manchadas de semen y que no recuerdan nada», subraya. Su consejo es lógico: no perder de vista las copas, ni siquiera cuando se sirven o cuando se sale a fumar.