La hora de 'la calle es mía'
Actualizado: GuardarTras la bronca de Valencia, bajo el estilo nacional de la brocha gorda ya se han emborronado dos imaginarios sin apenas matices: de un lado, el retrato apocalíptico de los jóvenes valencianos ‘helenizando’ España en una orgía de violencia para desestabilizar el orden público al precio de boicotear el país; del otro lado, la policía fascista reprimiendo el movimiento de liberación popular #primaveravalencia y arrasando a cándidos adolescentes que apenas coreaban consignas para reclamar calefacción ante el gélido invierno valenciano. Estas caricaturas van bien para nutrir las trincheras de la polarización. Desde luego los dos retratos son falsos pero ¿a quién le importa eso? Probablemente lo de Valencia no tenía dimensión para tanto, pero sí fotogenia y un buen caldo de cultivo para los tópicos al uso: la izquierda salvaje haciendo calle quemada o la derecha cerril espoleando a su policía fascista. Made in Spain.
La estrategia propagandística de vincular las protestas de los estudiantes valencianos y las sosegadas movilizaciones sindicales del domingo contra la reforma laboral parece una tosca maniobra para desprestigiar a la izquierda por tirarse a ‘quemar’ la calle. Eso sí, el PSOE va tener que mojarse. Y lo previsible es que con los sindicatos siga una estrategia semejante a la que adoptó el PP con la AVT. Sus manifestaciones contra zETAp –nada menos dieciséis, algunas masivas– servían al PP para erosionar a Moncloa sin quemarse como convocantes, con sus líderes allí pero a título personal. No sería extraño que el PSOE se sienta inspirado por aquella estrategia de hacer percutir movilizaciones de otros, como el PP entonces con la AVT, la Iglesia o el Foro de la Familia jaleando sus protestas contra la legislación laicista, el aborto, Educación para la Ciudadanía, el matrimonio homosexual… en apariencia algo inútil políticamente pero de hecho rentable ya que no se trataba de ganar votos sino de mantener el nervio del electorado. Y quizá el PSOE no puede aspirar ahora más que a eso.
No parece difícil anticiparse a lo que va a ocurrir: los que antes defendían esas manifestaciones calificándolas de «rebeldía cívica» «por dignidad» exigiendo al Gobierno que oyese la voz de la calle, ahora van a demonizar cualquier protesta en la calle con el sello de la izquierda; y quienes antes denunciaban que se manipulara la calle chantajeando el mandato de las urnas, ahora van a abanderar la dignidad cívica de las protestas. Estos ciclos pendulares con los papeles cambiados ya resultan ridículos, pero encajan a medida con el estilo del brochazo de trazo grueso.
La calle es un termómetro del clima social y todo líder lleva un fraga dentro que le mueve a pensar ‘la calle es mía’.