¿Celos, tirria? La crisis de los guiñoles por el 'dopaje' de Nadal no refleja la realidad. Nunca se ha notado en Francia tanto afecto hacia nuestro país
Actualizado:Dopaje en 'Los Guiñoles' franceses. Algún chute franchute debe haber creado la mala sangre de toro en el vecino sureño. Una pócima digna de Asterix en los Juegos Olímpicos ha de ser la culpable de insinuar que la epopeya del deporte español se explica por las tres primeras letras de la palabra. ¿Envidia, celos, tirria? El contraanálisis sentimental da negativo. España está de moda en Francia, donde nunca se ha notado tanto afecto, cordialidad y buenos sentimientos hacia los pobladores del otro lado de los Pirineos.
La crisis del látex es el daño colateral de la sátira cáustica y corrosiva de unos cómicos que no dejan títere con cabeza, ni siquiera los propios. Que se lo digan a un Richard Virenque, caricaturizado cual San Sebastián asaeteado por jeringuillas, que se dopaba «a espaldas de mi propia voluntad». O a Amélie Mauresmo, muñeca hinchada de bíceps culturistas como los trasplantados ahora a la Gioconda del Prado y no la de Merimée. El humor es ciego.
Hay signos inequívocos de hispanofilia en el ombligo del mundo. España es el primer destino de los turistas franceses y el más demandado por los becarios de Erasmus. El castellano es la segunda lengua extranjera tras el inglés en colegios e institutos. Los bares de tapas se multiplican por París y otras capitales. Y hasta con los toros son más papistas que el papá de la fiesta nacional. Cuando son proscritas en alguna esquina de la piel de toro, Francia se ha convertido en el primer país que inscribe las corridas en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Ese reconocimiento institucional del valor cultural de la tauromaquia choca con las cruzadas encabezadas por Brigitte Bardot contra una costumbre percibida como cruel y salvaje por la mayoría de sus compatriotas. Es un ejemplo de la «pasión conflictiva» que los franceses sienten por los españoles, en concepto formulado por el escritor hispanofrancés Michel del Castillo. Una especie de 'laberinto de pasiones' por citar a Pedro Almodóvar, el referente absoluto en Francia de la modernidad, el dinamismo y la renovación española.
La batalla entre don Guiñol y doña Rogelia desentona en el ambiente carnavalesco reinante entre los gobernantes de Madrid y París. Arroja ceniza en el collar del Toisón de Oro recién otorgado a Nicolas Sarkozy, nuevo caballero de la orden creada por Felipe el Bueno, duque de Borgoña, con ocasión de su matrimonio con Isabel de Portugal. «No hay más Pirineos en la lucha contra el terrorismo», proclamó el homenajeado hace un mes al recibir de manos del Rey Juan Carlos una alta condecoración ambicionada en su día por Valéry Giscard d'Estaing, el odiado.
Eran aquellos los tiempos del santuario francés para una ETA que acaba de cerrar ahora su historial criminal con la muerte a tiros de un brigadier a las puertas de París. La época de la guerra de la anchoa en aguas del golfo de Vizcaya, llamado de Gascuña por los mandos de las patrulleras que apresaban y ametrallaban pesqueros con pabellón rojigualdo. La era de los ataques a los camiones españoles que osaban entrar en el hexágono gabacho cargados con frutas y hortalizas todavía extracomunitarias.
Hoy los Pirineos son un simple accidente orográfico perforado por el túnel del tren de alta velocidad que une Perpiñán con Figueras y las zanjas del enlace de alta tensión, soterrado por exigencias del guión ecologista. Las interconexiones ferroviaria y eléctrica entre el continente y la península ilustran el clima de confianza instaurado con un país que, con la mano cómplice de Sarkozy, obró por el ingreso español en el selecto club del G20.
Orgullosos y juerguistas
Nunca las relaciones entre España y Francia han sido mejores ni sus intercambios tan provechosos en los terrenos comercial, financiero y humano. La cordialidad, la sintonía y la cooperación presiden el diálogo con una república gobernada por un partido, la UMP, que se inspiró en el PP de José María Aznar, padrino de su congreso fundacional. Francia es el primer socio económico de España: primer cliente comercial, segundo proveedor y cuarto inversor.
Como diagnostica Florence Milet-Didiot, directora de la asociación Diálogo, «en general los franceses adoran España y a sus habitantes». «El problema es que los españoles no lo saben y miran a menudo a los franceses con una cierta desconfianza provocada por su supuesto complejo de superioridad», reflexiona la responsable de ese grupo de amistad hispanofrancesa en las páginas del diario 'L'Equipe'.
En el primer trimestre de 2010, el Reputation Institute realizó una amplia encuesta sobre la reputación de España en el mundo. El trabajo de campo se llevó a cabo entre el público general de catorce países: los integrantes del G8, más China, Argentina, Chile, Perú, Brasil y México. Pues bien, España obtuvo la puntuación absoluta más alta (73,3) en Francia, solo superada por Rusia (74,1). La nota otorgada por los franceses fue casi un 20% superior a la media de los cinco grandes países de referencia: Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia.
Una encuesta realizada entre estudiantes de la Universidad de Clermont-Ferrand da la medida de la visión francesa sobre los españoles: calurosos, juerguistas, extrovertidos, orgullosos y alegres. En general, el español es visto desde la barrera pirenaica como alguien poco serio, de palabra apenas fiable, escasamente trabajador, en quien no se puede confiar y a quien le gusta la fiesta y la diversión. Además los vecinos peninsulares son indisciplinados, ruidosos, hablan alto, todos al mismo tiempo y tienen la molesta manía de dar abrazos y palmadas. Ahora habrá que añadir que encima ganan medallas.
«Adoro el Barça»
La polémica provocada por los teleñecos gabachos «no empaña la admiración que los franceses sienten por el deporte español y sus excepcionales resultados», pregona el portavoz del Quai de Orsay, Bernard Valero, quien fue cónsul de Francia en Barcelona. El alto diplomático recuerda que el presidente François Mitterrand impuso en 1993 la Legión de Honor a Miguel Indurain, pentacampeón del Tour.
En 2008 la Unión Europea, bajo presidencia francesa, organizó un homenaje en la embajada gala en Madrid en el que fueron condecorados treinta deportistas españoles: Indurain, Contador, Ferrero, Moyà, Martín Fiz, Carlos Sainz, Arantxa Sánchez Vicario, Bruguera, Butragueño, Zubizarreta, Nadal... También Fernando Alonso, campeón del mundo de fórmula uno al volante de un Renault, orgullo del automovilismo francés.
«Los guiñoles no tienen nada que ver con el estado de ánimo del público», recalca Bruno Delaye, embajador de Francia en España. El anfitrión de aquella ceremonia reconoce que «a veces nos deprime presenciar los éxitos deportivos de otros, pero no respecto a los españoles, a los que admiramos profundamente». «El problema es nuestro y a nosotros nos toca hacer examen de conciencia. Y quitar a los españoles de las competiciones no está permitido», ironiza.
Entonces, ¿qué mosca ha picado a 'Los Guiñoles'? «No tenemos nada contra los españoles ni contra su deporte», afirma Lionel Dutemple, uno de los guionistas del programa. «Personalmente, yo adoro al Barça», confiesa en comunión con millones de franceses seducidos por el club con esa cedilla tan suya que dejó a su compatriota Abidal el honor de recibir la última Copa de Europa.
«Los españoles no van a invadir Francia por un chiste sobre Rafael Nadal», exclama el titiritero en la revista 'So Foot'. «De todas maneras no tienen ejército. Aunque con dos simples soldados quizá puedan meternos una paliza», bromea. Hay humores que matan.