Bajo dos banderas
Actualizado:Antes de que las cucharas y los tenedores sean considerados como signos externos de riqueza, puede llegar el día de los cuchillos largos. A los españoles no les ha gustado la reforma económica. Ni siquiera son partidarios de la brusca forma en que se quiere imponer. ¿Qué idea tienen del tiempo los que han impuesto, democráticamente, a Rajoy, al que empiezan a llamar ‘Manostijeras’? ¿Cómo va a gustarle a nadie trabajar más y ganar menos? Hemos recibido ofertas más sugestivas que esa y hemos acertado rechazándola. Incluso los afortunados que creen que hay vida después de la muerte muestran un gran interés en no pasarlo demasiado mal en este mundo transitorio. Como en casa de uno en ninguna parte, aunque la casa esté desmantelada.
En realidad, si se analiza el tejido social, las dos banderas están hechas con manteles. Los indignados no pueden poner nada sobre ellos y los que se indignan menos temen que pronto les ocurra lo mismo. Nos prometen sangre y lágrimas, pero no sudor, porque no hay trabajo. Ni ha llegado ni se le espera. Lo que se nos exige a todos, a cada uno en nuestra medida, incluidos los que no dan la talla, es paciencia. Ahí es nada. La paciencia es la virtud más difícil porque la necesitan como ingrediente todas las demás. A diferencia de los vicios, que tienen un componente agradable, la paciencia, tan admirada por Rilke y otros santos laicos de mi devoción, estira los padecimientos.
Lo que no se puede estirar es el dinero que no hay para salvar los presupuestos de nuestro sistema sanitario público. Los que luchan bajo la bandera de la protesta o del aguante podrían unificar sus colores. En vez de dos tibias sobre una tela de luto, podrían figurar unas tijeras en aspa, dispuestas a recortar y seguir recortando. Después de lo que hemos hecho con el Estado de bienestar nadie debiera sentirse sorprendido. Y menos los piratas de ambos bandos.