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Libia, un avispero de bandas revolucionarias

Amnistía Internacional alerta de los casos de torturas y detenciones practicados por los grupos que se alzaron contra Gadafi

MIKEL AYESTARAN
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«No son milicias, son revolucionarios que siguen en las calles porque el Gobierno es aún débil y no tiene capacidad de dar seguridad a los ciudadanos», repite Salah Aburagiga, ingeniero eléctrico y miembro activo de la resistencia durante toda la revolución en la ciudad de Zintán. Hoy los grupos de esta ciudad -la más importante de las montañas de Nafusa y donde se encuentra desde su detención el 19 de noviembre Saif el-Islam, hijo que estaba llamado a suceder a Gadafi-, controlan el aeropuerto internacional de Trípoli . Los milicianos se encargan «de la vigilancia de los pozos de petróleo del sur del país, todo ello de forma voluntaria, nadie recibe un sueldo a cambio porque es un trabajo por la nueva Libia, hay mucha mala prensa en torno a estos grupos, pero la mayor parte son mentiras».

Salah defiende a los hombres que «dieron su vida por el cambio» cuando se cumple un año de la revolución y crece la preocupación entre unas instituciones incapaces de lograr el desarme de los cientos de 'qatibas' (brigadas) que lucharon contra el régimen. Su actuación tras la muerte de Mouamar Gadafi está siendo examinada por organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional (AI) que ha aprovechado la conmemoración para publicar un informe titulado 'Las milicias amenazan las esperanzas de una nueva Libia'. Detenciones ilegales, torturas, abusos de poder de todo tipo. AI recoge los testimonios de los perdedores, de los que estaban del lado de Gadafi y con los que no ha habido piedad.

Por encima del Consejo Nacional Transitorio (CNT), la seguridad en Trípoli es cosa de los grupos armados de Zintán y Misrata, la ciudad mártir de la revuelta por el prolongado asedio sufrido a manos de las fuerzas del régimen. Con motivo del aniversario y tras las recientes palabras de Saadi Gadafi -tercer hijo del dictador, actualmente en Níger- anunciando su regreso para liderar una nueva revolución «han puesto controles en cada calle, más exhaustivos aún que tras la caída de la capital, pero han recibido la orden de ser amables y no excederse». Así lo asegura un empresario libio consultado que prefiere mantener el anonimato.

Con la capital en alerta máxima por el temor a acciones de grupos gadafistas, todo el país mira a Bengasi, donde prendió la chispa revolucionaria el 17 de febrero de 2011. Mustafa Abdul Jalil, presidente del CNT, pidió «una celebraciones sencillas y sin armas», a través de un mensaje por radio dirigido a la nación y parece que el pueblo le ha hecho caso en unos fastos multitudinarios. «Los festejos de estos días son muy importantes porque por primera vez la gente se ha echado a las calles por deseo propio, sin que las autoridades las empujen. Por primera vez tenemos el sentimiento de que el país nos pertenece», piensa Ibrahim Shebani, de 29 años y director de la revista 'Libya'.

A dos velocidades

A diferencia de Trípoli, en la segunda ciudad del país la mayor parte de las brigadas revolucionarias llevan distintivos del Ministerio de Defensa. Es como si el país estuviera funcionando con dos velocidades diferentes para adaptarse a los nuevos tiempos. Ahmed Binasser, mecánico de 43 años y que luchó en las filas de la brigada 'Mártires de Zawiya', piensa que «en la zona este, un 80% del territorio está seguro. Hay conflictos aislados, pero se trata de asuntos familiares o personales». Junto a sus compañeros vigila estos días uno de los accesos principales de Bengasi y piensa que «necesitaremos tiempo para incluir a todos los rebeldes dentro del marco oficial». «En esta parte del país ha sido más sencillo ya que el levantamiento fue total y hemos tenido un año, en el oeste costará más porque había más gente pro Gadafi y solo han tenido cuatro meses», explica.

La transición discurre «con más lentitud de lo que le gustaría a la gente, que soñaba con grandes cambios inmediatos en su vida diaria», sibraya un diplomático europeo que apunta a «la poca disposición de las milicias a desarmarse», pero lo relaciona más «al miedo ante el descontento popular, que al posible regreso de elementos del antiguo régimen». Entre los ciudadanos la opinión más extendida explica la presencia de grupos armados «debido a la ausencia de un Ejército o una Policía en condiciones». Libia mira hoy al pasado con la vista puesta en un futuro marcado por la cita electoral de junio. Ibrahim Shebani piensa que «ahora el mayor reto es garantizar la celebración de unos comicios transparentes y que sean un primer paso hacia la reconciliación nacional».