vuelta de hoja

Cálculo de resistencia

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No debemos pensar que España es ‘un país sin pulso’, solo porque los sindicatos y el Gobierno no se deciden a echarlo. Esperan mejor ocasión, que sin duda vendrá, pero mientras, se conforman con amagar y no dar empleo a nadie. ¿Por qué luchar a brazo partido si ambos los tienen seriamente lesionados? Ir a la huelga general equivale para algunos con irse a la mierda, pero no ir representa para otros permanecer en ella. Ambas partes contratantes añoran que haya contratos y que se firmen papeles, aunque sean parecidos a las alcabalas que se ponían en los balcones y tengan vistas a la calle. Se habla, por no callar, de ‘crecimiento negativo’, que es como en tiempos de guerra se justifican las retiradas llamándolas «avances hacia la retaguardia». Todos desean saber dónde está el límite de la resistencia del antagonista, al que han calificado de enemigo.

Como si hubieran leído a Napoléon, saben que para tener fama de vencedor no hay que emprender ninguna batalla que no se tenga la seguridad de ganar.

En esta vamos a perder los que estemos en segunda línea de fuego, echando chispas. El derecho a la huelga está reconocido, en determinadas circunstancias, claro, por la Iglesia católica, madre y maestra en cautelas.

¿Cuándo es lícito dejar de acudir al trabajo? Por muy escasa que sea la recompensa, más bien la indemnización, que algunos perciban, no lo sabremos nunca, ya que discrepan algunos empleadores. Los hay que están convencidos de que hay que pagarles el salario justo para que no desfallezcan y sigan trabajando. Pro el contrario, hay otros que prefieren compartir.

Son los mejores y por lo tanto escasean y se ven obligados a expiar su privilegio, pero no es esa la pregunta cuya respuesta puede ayudarnos a solucionar el cálculo de resistencias sindicales y empresariales. ¿Cómo dejan de trabajar los que no tienen trabajo? Les han quitado su única arma. A los indignados le sustituyen los desarmados. Pero, cuidado, tienen uñas y dientes.