Escenario complejo
Jerez Actualizado: GuardarMe hallaba el otro día en una agradable reunión y surgió el tema. Ya había salido otras veces el mismo debate, y había escuchado otras tantas parecidas reflexiones. Pero no por ello dejé de prestar atención. A uno a veces le asaltan intuiciones, o mas bien consecuencias de ciertas observaciones, pero no se atreve a ponerlas negro sobre blanco o simplemente a cotejarlas y exponerlas con más o menos publicidad. Cuando alguien enuncia de modo público lo que tú habías pensado en parecidos términos, te asalta cierta tranquilidad. O no soy yo sólo, o hay alguien que también patina como yo, suelo pensar. Más adelante, cuando vas sedimentando los argumentos del expositor y revisas los tuyos con más calma, adquieres al menos la conciencia de que hay personas que piensan sobre algo dándole vueltas a unos mismos interrogantes. Se trataba, y se trata del viejo debate acerca de la complejidad de Jerez. Complejidad como ciudad entendida esta como el resultado de unas ciertas herencias culturales, o carencias, y de unos ciertos tics, tópicos, estereotipos o estratos sociales. Voy a utilizar una explicación urbanística, de urbanismo lego, se entiende, para llegar donde quiero. Cuando he visto otras ciudades, he reparado que su división urbana pasa por tres fases: casco viejo o histórico, ensanche y barriadas. En Jerez, sin embargo, observo que pasamos directamente del casco histórico a las barriadas. Me explico. Dejamos atrás la calle Lealas y aparece La Plata. Tras la calle Arcos se abre el camino de Las viñas y El Pelirón. El espacio de la avenida Domecq nos conduce al polígono o a núcleos residenciales. No tengo percepción de ensanche en Jerez, como puedo tenerla, por ejemplo, en una ciudad como León, o incluso como Cuenca. A algunos esta comparación incluso puede resultarles ofensiva, y aquí, en esta ofensa chauvinista late también el problema. Si esto lo trasladamos al terreno de la investigación social, me doy cuenta que Jerez está afectado de una carencia. No ha habido, no hay, y si la hay no está implicada, lo que podríamos llamar una inteligencia social de transición y atemperación entre una generación con determinadas ocupaciones y viviendo de una determinada economía, a otro estrato social escasamente cultivado y con una marcada identidad provinciana, más bien pueblerina. Cuando fallan determinados resortes, vienen tiempos de carencias o toca azuzar los fantasmas del pasado, que de todo hay, el escenario adquiere perfiles de preocupante conflictividad. Si, además, nos encontramos que nos han hecho vivir edificando las ruinas del presente, entonces no tenemos más que entonar una culpa colectiva. Para colmo, alguna diáspora se permite dar lecciones desde la lejanía. Lo que faltaba.