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Francisco y Fernando Flores, entrando a la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Jerez. :: JAVIER FERGÓ
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«Yo solo acerté a gritar: ¡Catalina, corre que nos van a matar!»

El superviviente del crimen de la Junta de los Ríos cuenta la brutal agresión e identifica a uno de los procesados como su atacante

ALMUDENA DOÑA admontalvo@lavozdigital.es
JEREZ.Actualizado:

Desgarrador fue el testimonio que ayer ofreció Antonio Estrada Iriarte, superviviente del crimen de la Junta de los Ríos, en la segunda sesión del juicio por la muerte de su esposa. A pesar de la emoción al revivir momentos tan dramáticos, al anciano no le tembló el pulso al mirar cara a cara a los presuntos agresores y causantes de su desgracia, e incluso señaló a uno de ellos como el autor de los ataques contra su persona. Antonio compareció tras el guardia civil instructor del caso y el que ejerció de secretario en los atestados, y contó con pelos y señales lo ocurrido el 9 de noviembre de 2007.

Según su testimonio, esa mañana había recibido la visita de varios amigos dentro de lo que consideró como una jornada normal, idéntica a muchas otras de su vida diaria. Estas personas, como apuntó, se habían percatado de la presencia de una furgoneta blanca con dos hombres en su interior apostada frente a la vivienda (alguno de los acusados tiene un vehículo de similares características), aunque él no percibió nada en ese momento. Por la tarde, una de las hijas de su mujer acudió a visitarlos con sus nietos y estuvieron merendando, hasta que al caer la noche se fueron.

Entonces la víctima mortal, Catalina Ruiz Pato, entró en el dormitorio a ponerse el pijama y él permaneció en el cuarto de estar, hasta que una voz les advirtió de que el ganado se les había escapado. «Estaban gritando que las bestias se habían salido . Yo desconecté la alarma, abrí la puerta y encendí las luces pero como vimos que no se habían salido, volvimos a cerrar. Aún así, le dije a Catalina que entrara a por una linterna para que mirásemos por la otra cancela».

En ese instante, Antonio vislumbró a dos o tres personas (no lo supo precisar) que vestían ropa oscura y llevaban pasamontañas, a excepción de una de ellas que iba ataviada con una máscara blanca. «Encendí la linterna y solo acerté a gritar: ¡Catalina, corre que nos van a matar! Unos pocos se me echaron encima y el de la mascarilla me pegó dos o tres cortes. Luego uno que me sujetaba por detrás me tapó la boca con un trapo y me entró un tembleque».

Justo antes de perder el conocimiento, la víctima distinguió «un bulto» que corría en dirección a su mujer mientras se le iba nublando la vista, hasta que quedó en estado inconsciente y se despertó tiempo después junto a la carretera. Poco antes también había respondido a las preguntas de los individuos, indicándoles que el dinero se encontraba en un mueble de su dormitorio.

Acusa a los Flores

Mientras ello ocurría, Catalina corría despavorida en dirección a la casa de sus vecinos, que por desgracia no oyeron los gritos y no pudieron impedir que fuera alcanzada por sus atacantes. El momento crucial de la vista, sin lugar a dudas, ocurrió cuando el fiscal solicitó al testigo que se volviera hacia los ocho imputados, por si identificaba a alguno de los asaltantes. Antonio puntualizó que le era imposible distinguir a los de los pasamontañas, pero que se acordaba muy bien de los ojos del de la mascarilla, que era alto y delgado, y de su piel morena. Seguidamente les miró cara a cara y señaló con el dedo a Fernando Flores Nieto como su presunto agresor.

En lo que respecta al resto, indicó que Francisco Flores Nieto, el otro presunto cabecilla del clan, tenía la misma corpulencia que el individuo que corrió hacia su esposa, aunque no pudo precisar nada más. La secuela física de todo ello ha sido una inmovilidad total en uno de sus brazos tras dos años de operaciones, pero nada comparable al daño psicológico. «Estoy nervioso y sueño mucho con ellos, sobre todo con el del cuchillo. Y me acuerdo mucho de Catalina, ella lo era todo para mí. Yo les hubiera dado el dinero y todo lo que tenía, pero me la mataron. Ella tenía diez hijos y yo no tengo a nadie, me tenían que haber matado a mí».

Unas palabras que pronunció entre sollozos, tras lo que se recompuso para culpar a otros tres de los procesados (Serafín Navarro Mesa y Rafaela e Isabel Flores Nieto), de haber facilitado a los demás (sus hermanos Fernando, Francisco y José y su sobrino José Flores Heredia, a los que la Fiscalía considera autores materiales) la información para que asaltaran la propiedad. Como explicó la víctima, él se dedicaba a hacer «tratos», que no era otra cosa que compraventa de objetos y efectos diversos, con lo que obtenía sus correspondientes beneficios.

En el marco de estos negocios fue donde conoció a Serafín, Rafaela, Isabel e incluso José, a quien le llegó a pagar una multa por haberle vendido una motocicleta que estaba a nombre de otra persona. Según él, fueron los tres primeros los que se ganaron su confianza e incluso la amistad de Catalina y poco a poco fueron formando parte de sus vidas, hasta que ocurrió el fatal desenlace.