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Educar sin controversia

JAIME PASTOR ROSADO
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Las razones (en realidad pretextos) aducidas por el nuevo ministro de Educación para suprimir o desactivar aún más la asignatura de 'Educación para la Ciudadanía', constituyen una auténtica tomadura de pelo, una ofensa a la inteligencia de la gente y una clarísima manifestación de los burdos planteamientos que subyacen al modelo educativo que se nos viene encima de la mano del Partido Popular. Me cuesta creer que el ministro desconozca el carácter esencialmente controvertible de la educación, de todo modelo educativo, de la actividad educativa misma. Suprimir una asignatura (en este caso 'Educación para la Ciudadanía') por considerarla susceptible de generar controversia, es, sencillamente, un feo acto de barbarie.

En consecuencia, no cabe otro remedio que interpretar los razonamientos del ministro como el intento consciente de implantar un sistema educativo esterilizado, libre de lo que el pensamiento conservador considera una funesta manía: el ejercicio de la libre discusión, la voluntad de integrar opciones en principio divergentes, el arte de convertir en virtud el 'defecto' del disenso. Una pregunta capciosa: ¿Qué tipo de sociedades son las que pueden acoger en su seno un sistema educativo de semejante tenor? Dejar fuera del 'ágora' los temas controvertidos (que suelen ser, evidentemente, los de mayor relevancia social y política), constituye una seña de identidad del pensamiento y la praxis conservadora, por no decir autoritaria.

El Partido Popular comienza su gobierno con un claro avance hacia el pasado, también en materia educativa. Así se entiende la grotesca recuperación de los temarios de oposiciones correspondientes al año 1993. Todo hace pensar que la operación en marcha incluye el objetivo de moldear conciencias ajenas al paso del tiempo y refractarias a la humana costumbre de discutir y provocar controversias. Recuérdese que Mariano Rajoy, antes de acceder a la presidencia del gobierno, manifestó su intención de trabajar por la felicidad de los españoles. Al paso que vamos, seguro que lo consigue. Pero (perdón por generar controversia) el problema puede estar en que, vista la demostrada inclinación conservadora por el pasado remoto, la felicidad que nos reserva el Partido Popular sea la que imperaba en el bíblico mundo feliz del Paraíso Terrenal, donde el ministro de turno había conjurado los peligros de la controversia, precisamente.