Ayuda al corazón de la selva
Actualizado:Un trozo de tela es a menudo lo que separa la vida de la muerte. En el caso de la tuberculosis, la mascarilla que se interpone ante un golpe de tos ajena. En el de la malaria, los mosquiteros impregnados de insecticida. Solo en 2009 se registraron 225 millones de casos de malaria en el mundo, frente a 9,4 de tuberculosis, pero esta última es inmensamente más asesina: se cobró 2,7 millones de vidas en comparación con las 800.000 de la malaria. La mitad de la población mundial corre el riesgo de padecer la pesadilla palúdica. Hasta que se desarrolle una vacuna, el único remedio son esos mosquiteros tras los que se refugian los habitantes de la Amazonia peruana once horas diarias. Cuando baja el sol y empiezan a salir «los zancudos», Encarna Torres y su familia se meten en la cama hasta las 5 de la madrugada. A sus 68 años ha sufrido malaria cinco veces. «La última casi me mata», recuerda.
No hay ningún médico en su aldea. El Caserío San Pedro, con 350 habitantes, a media hora a pie del río y una hora de barco hasta Iquitos, no tiene ni un pozo de agua. «Si nos agarra la malaria por la noche se nos muere el enfermo», cuenta su autoridad Marcos Inuma. Hasta allí ha llegado la financiación del Fondo Mundial, que ha distribuido en el mundo 190 millones de mosquiteros tratados y medicamentos antipalúdicos a 210 millones de personas. Gracias a eso hace tres años que en esta aldea no muere nadie, mientras que antes fallecían varios al año. La esperanza de Inuma es que no falten los mosquiteros con insecticida, eficientes por tres años, la prueba rápida para la malaria y esas «pastillas modernas que le choquean a uno de lo fuertes que son», pero que quitan fiebre, dolor de huesos y vómitos. En otras palabras, que no falte la generosidad del mundo, porque ni el pomelo con sal, ni la raíz de muyoca ni la corteza de huacapura pudieron con el paludismo.