vuelta de hoja

Tapar la calle

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Nos han convencido a casi todos de que las siniestras medidas adoptadas, o más bien prohijadas, eran imprescindibles. Ahora nos tendrán que convencer de que son de nuestra talla y nos sientan bien. Los sindicatos no están de acuerdo ni con el tejido social ni con las hechuras y se disponen a protestar contra el reciente Gobierno con todo el silencio acumulado contra el anterior. Si el tiempo no lo impide, el gran festival está anunciado para el próximo día 19, que cae en domingo y no tendrán que faltar al trabajo ni siquiera los que no tengan que acudir a él ningún día.

La reforma laboral tampoco les ha gustado a algunos reformistas. Salvo la ministra de Empleo, Fátima Bañez, a la se le ha aparecido la Virgen homónima, nadie cree que con estas modificaciones laborales «no pierda nadie». La creencia popular, más bien impopular, es que perdemos todos. Participa de ella el señor Rosell, presidente de la CEOE, que ha dicho que la situación es dramática. ¿Qué puede hacer la feliz pareja compuesta por Cándido Méndez y Fernández Toxo para justificar su alta misión? Si España, que es un país de «malhumoristas», tuviera más sentido del humor se venderían por las aceras juguetes de plástico con las imágenes de estos señores. Hacen lo que pueden, o sea, los que les ha hecho imposible hacer durante años. ¿Cómo no van a caernos bien si han soportado sin rechistar la caída? El gran Eduardo Haro Tecglen, tan bruscamente olvidado, me habló algunas veces de la distinción entre acción política y acción sindical. El creía que era muy difícil de establecer. Yo, como siempre, lo entendía a medias. O sea, nada.

Es verdaderamente curioso poner más gente en la calle cuando hay más de dos millones de personas a la intemperie. Es cierto que la reforma ha abierto una puerta demasiado ancha a las empresas para reducir eso que llaman la «cuantía salarial», pero no debemos aglomerarnos. Los sindicatos deben cargarse de razones. Y previamente descargarse de culpas.