Detrás del mostrador
Hay que formar y asesorar a los futuros comerciantes para que las licencias expreés no acaben en cierres exprés
Actualizado:El comercio minorista tradicional, que lleva años agonizando acorralado por las grandes empresas de distribución, los impuestos, la rigidez de horarios y las ventas por Internet, entre otros enemigos implacables, está a punto de recibir la puntilla. La falta de liquidez por el cierre del grifo bancario y el derrumbe del consumo que provoca el ejército de parados y la parálisis de los ocupados con horror al futuro se ceban en los cientos de miles de tienditas sin argumentos para sobrevivir. Un país de mercaderes, de arrieros, de ultramarinos, que en su ADN lleva el instinto de la compraventa no ha sido capaz de preservar un segmento de actividad que ha llegado a dar ocupación a millones de empleados en la época de las vacas gordas. Volvían de Alemania con unos ahorros y montaban una pequeña cervecería para seguir tirando; cobraban la indemnización del despido en la fábrica y ponían una mercería a la mujer o juntaban las cuatro perras y abrían un pub para que el chico, que no valía para estudiar, se pudiera ganar la vida. El país se había llenado de ultramarinos, librerías, zapaterías, cafés, droguerías, panaderías, repuestos del automóvil.
El calor del bienestar y del consumo llegó primero al centro y luego a los barrios y cientos de miles de familias se abrieron camino echando horas detrás del mostrador. El duro y frío mostrador. Al otro lado los clientes encontraban un dependiente que igual llevaba treinta años despachando tuercas o una viuda que había sacado adelante a los hijos vendiendo puntilla, madejas, botones y medias. Se fue trenzando con el tiempo el diseño urbano y humano que constituyó el corazón de las ciudades. Si deja de latir, punto final.
La revolución en las comunicaciones, el cambio de ciclo económico y la aparición de nuevas tendencias en la alimentación o el vestir han modificado profundamente los comportamientos de la clientela de modo que el comercio tradicional va a remolque de los nuevos estilos de consumo mientras que el futuro aún no ha hecho eclosión. El nuevo Gobierno ha anunciado que en poco tiempo se agilizará y abaratará la apertura de negocios, tiendas, pymes, para facilitar la aparición en el mercado de nuevos emprendedores. Está bien. Era necesario. Pero esos nuevos comerciantes que aguardan la oportunidad para lanzarse sin red a la aventura del negocio autónomo; que pretenden convertirse en los tenderos del futuro arriesgándose en laberintos sin salida necesitan algo más que una licencia exprés. Hay que enseñar a pescar a los potenciales tenderos del siglo XXI. Lo que durante décadas dio resultado ya no funciona. Ahora se necesita algo más que espíritu de sacrificio, un pequeño localito y madrugar para tener éxito. Hay que formarlos y asesorarlos si se quiere evitar que las licencias exprés acaben convirtiéndose en cierres exprés.