Un político audaz
El Gobierno ha colocado a Alberto Ruiz-Gallardón al frente de su pasión reformadora
Actualizado: GuardarEscribo desde la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados. Rajoy ya ha contado cómo le fue el Consejo Europeo en el que se estrenó. Mientras un diputado canario habla, los que están en sus escaños, pocos la verdad, atienden con desgana sus explicaciones. Fijo mi atención en el banco azul, en el ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, y me pregunto a mí mismo sobre la capacidad que tiene el exalcalde de Madrid para parecer distinto. Lo llaman verso suelto, dicen que lo es y que el PP lo asume con verdadera paciencia. Se lo dijimos a Rajoy, me dice un diputado mientras tomamos café, pero Gallardón es clave en la arquitectura política que el presidente construye a ocho años vista. El Gobierno, que un día de estos terminará reformando la siesta, ha colocado a Gallardón al frente de esta pasión reformadora, no sé si reformista. Listo como es el ministro dice en la radio que él cree que el matrimonio homosexual no es inconstitucional, pero que deberá ser el propio Tribunal el que lo determine. Yo también creo que el matrimonio entre personas del mismo sexo está dentro de nuestra Constitución y deseo que le dé cobertura resolviendo cuanto antes el recurso presentado por el PP. Lo creo, pero yo no soy el ministro. Que lo sea y además de Justicia tiene su importancia. Como la tiene también que sus compañeros se escandalicen y miren a otra parte. Por lo general miran la cara de Rajoy a ver qué dice. Se escandalizan incluso algunos del PP que han casado a gays y lesbianas. Primero fueron modernos, ahora solo aspiran a que la ley se cumpla y el TC diga lo que estime conveniente. Por muchas vueltas que le doy no alcanzo a entender cómo un tema como este puede hacernos perder el tiempo. Incluso para el ministro del Interior, el ministro Opus, debería serlo, pero ya veo que no. A Jorge Fernández Díaz la salida de Gallardón no le ha gustado, y por eso, despechado, dice que por algo votaron en contra de ese matrimonio. Deberíamos perder el tiempo mejor. El tiempo, el nuestro y el político, es un bien escaso como para perderlo sobre algo que la sociedad ha interiorizado con tremenda normalidad. Y esa es la cuestión, que la normalidad de la calle no se instale en los partidos. Los problemas que tenemos precisan del concurso de todos para resolverse, de los homosexuales también.
La polémica, por lo demás, debería invitarnos a mirar más lejos. Más allá del asunto en cuestión lo que hay es un destacado político que delante de un micrófono dice lo que piensa. Mal han de estar las cosas cuando la noticia nace justo porque alguien proclama lo que cree. Este y no otro es el mal, que los partidos están por encima de las personas. Y solo algunas personas tienen la osadía de hablar sin reparar en la mirada del jefe. Gallardón, por ejemplo.