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PINCHITO MORUNO

LA HABANA DE SANLÚCAR

JOSÉ MONFORTE
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Ciento diez años no los cumple cualquiera y esos eran los que tenía la taberna La Habana de Sanlúcar que acaba de cerrar sus puertas. No sé si conoceréis el sitio. Por describirlo en pocas líneas contaré que es uno de esos pedacitos del mundo en los que parece que el tiempo no pasa, donde se podía beber todavía la manzanilla recién sacada de la bota y en el vaso típico de la localidad, el gorrión, un vaso de la altura más o menos de una caña de cerveza pero mucho más estilizado y que cada día es más difícil encontrar. Viene a tener más o menos la misma capacidad de un catavino.

De comé poco, algunas chacinas, algún aliño y algo de guisitos marineros. Los parroquianos iban allí a tomarse un vaso y los turistas a echar fotos y, a veces, ni se tomaban un vaso, esto es así.

La Habana de Sanlúcar ha cerrado esta semana. La familia Vázquez, que la ha tenido los 110 años de su vida, ha decidido echar el cierre. Lo fácil sería despotricar y echarle la culpa a ellos, pero sería injusto. Me imagino que la rentabilidad de un negocio a menos de 1 euro el lingotazo es complicado y la puñetera crisis habrá terminado ya del todo con las cuentas.

Pero creo que si debíamos de reflexionar sobre la necesidad de que las sociedades traten de mantener estos espacios y evitar que se destruyan. Si queremos vivir del turismo y, especialmente del turismo gastronómico, qué méritos tenemos suficientes para hacerlo, debemos empezar a evitar que estos espacios se pierdan.

Pienso que la gente viajará cada día más por el mundo para ver lo diferente, lo que no ve en su globalizada calle principal donde todas las tiendas y el estilo de los bares es igual. Las ventas, los mostos, las tabernas con las barriles más despintaos que las playeras de Pomponio Mela, los mostradores oliendo a queso, una berza de tagarninas, las tortillitas de camarones... esos serán nuestros tesoros a mostrar y los que tenemos que preservar.

Ahora se la liao una gorda con las monedas de oro de un barco que se hundió en el año de la gran puñeta. Me parece muy bien esa preocupación al igual que todos nos preocupamos cuando un monumento de piedra se rompe. Lo que pido para estos monumentos de comé y de bebé es esa misma preocupación. A lo mejor alguien se atreve a reabrir La Habana. Sería una gran noticia. Lo que no puede ocurrir es lo que pasó en Cádiz con el bar Caleta de la plaza de San Juan de Dios, de una estética singular y cuya barra simulaba un barco con todos sus detalles. Allí se permitió que se perdiera todo aquello y se pusiera en su lugar una globalizada franquicia americana con sus papas más congelatis que el pico de un pingüino. Tomemos medidas para que con La Habana no pase lo mismo, que no se pierda otro monumento.