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Perder los papeles

Manuel Alcántara
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Lo peor que le puede pasar a un español es que le pidan justificaciones de serlo. Hubo un tiempo en el que pedían el carné de identidad en los trenes, quizá para averiguar si el que viajaba era otro. Los viajes eran larguísimos, aunque las distancias fueran íntimas y a medianoche te exigían presentar el carné unos señores que mostraban la solapa. Por fortuna ahora no se exigen esos controles y no se considera como reunión al hecho de quedar con más de cuatro amigos. Eran otros tiempos. En éstos, que la penuria empieza a recordarnos otros, subsiste la palabra ‘empapelar’ y de alguna forma todos somos inmigrantes y nuestro máximo temor es no tener papeles. Siempre conviene tener alguno a mano por si hay que enseñárselo a alguien. Incluso a los que estaban en ‘la sala de máquinas’ del caso de los ERE les es preciso mostrar papeles, aunque todos sepamos cuál fue su papel. Aseguran que no se destruyó ninguno, pero faltan muchos.

Hemos hecho un país de indocumentados. El prometedor señor Rajoy le promete a la Europa opulenta, que ya es cosa de tres, como algunos matrimonios, que su reforma va en serio. No basta ni la seriedad ni la austeridad. Es muy difícil ser justo cuando no hay nada que repartir. Se equivoca el señor presidente al decir que la reforma laboral le va a costar una huelga general. Sería mucho más exacto decir que el precio lo tendremos que pagar todos nosotros, más IVA. La gran duda es si el líder del Partido Popular acierta al decir que ahora vienen los años más duros o si estos van a durar varios quinquenios.

Se trata de aguantar, pero resistir no es vencer. El que resiste solo consigue perder más tarde y lo que nos aguarda son elecciones regionales y huelgas nacionales. Se pueden perder los papeles, pero no conviene que en las situaciones más apuradas perdamos los nervios. Hasta en los naufragios se recomienda la calma. Hay que ahogarse por turno.