Ser niño otra vez
Actualizado:Antonio Machado llevaba en el bolsillo de su último día un verso que recordaba los días azules y el sol de su infancia. Esa mirada nostálgica a los años de la niñez es un lugar común de la literatura y de la vida. Cuanto más envejecemos, más grato nos resulta el niño que fuimos y perdimos.
Pero quizá esa infancia se aloje hasta el final dentro de nosotros. Quizá sigamos siendo el niño, el adolescente y el joven que fuimos. Porque cada etapa de nuestra existencia reclama un sitio en el presente. ¿Acaso no es placentero sentirse niño por un rato? Descalzarse y corretear a la orilla del mar. Ensayar una voltereta sobre la hierba. Patear las latas y las piedras. Lanzar alto una pelota hasta embarcarla. Cantar a gritos y desafinando aquella cancioncilla con la que acompañábamos nuestros juegos. Saltar a la comba o al elástico. Reírse a carcajadas con cualquier bobada. Son placeres también necesarios. Quien no cuida esa parte de sí mismo, envejece por dentro, de una vejez más cruel e inexorable que la del cuerpo. Sin embargo, esos adultos que se permiten algún capricho pueril, que no se niegan sus propias manías, que conservan o recuperan sus juguetes, sus cromos, sus tebeos, que no se avergüenzan de subir a los cacharritos de la feria o de jugar al trompo y al diábolo, tienen un brillo en los ojos que delata la felicidad.
Mimen a su niño interior cada vez que se les ofrezca la ocasión. Es fácil, es barato o gratuito (esto es importante en los tiempos que corren) y mejora la autoestima. Dedíquenle unos minutos al día al muchachito o la muchachita que se camufla bajo el traje de chaqueta o el uniforme de trabajo. Verán cómo se les asoma a los ojos y a la sonrisa, con la misma luz de aquellos días azules y soleados de la infancia.