La ilusión
A lo mejor hay que pasar el trago como sea, salir del estupor para aterrizar en la oposición y reconstruir la izquierda
Actualizado: GuardarEl tiempo vuela rápido y a los socialistas españoles les queda ya poco para tener que elegir secretario o secretaria general. Desde el descalabro electoral con el que el todavía titular de ese puesto dio en conmemorar el óbito del anterior jefe del Estado, han transcurrido dos largos meses y once tensos días. Han dado de sí para que el abnegado sostenedor de ese cartel imposible ante los airados electores del 20N, por un lado, y la joven aspirante a la que se le impidió probar suerte, por otro, se postulen y expongan a los compañeros de partido sus propuestas. Y de paso, al resto de la ciudadanía, cuya confianza cabe suponer que esperan recibir si al PP dejan de sonreírle las urnas.
Quizá no hayamos hecho el esfuerzo suficiente por escucharlos, pero lo que queda de esta campaña precongresual en la conciencia colectiva puede resumirse en dos eslóganes y medio. El de Rubalcaba, que la experiencia y la capacidad contrastadas, más el enfoque cerebral de los problemas, son preferibles a los experimentos de incierto pronóstico. El de Chacón, que es hora de que prueben sus armas los jóvenes, las mujeres y quienes, en vez de tanto cálculo, a la política le ponen ante todo corazón. Y el eslogan demediado, que ambos comparten con énfasis variable, es que esta derecha que solo sabe usar las tijeras nos lleva a un despeñadero que podríamos evitar si se apostara por expedientes keynesianos de inversión pública, en sectores o políticas respecto de los que no tenemos mayor concreción.
Sobre esta premisa, y salvo que se hayan guardado toda la chicha para el discurso que pronunciarán en Sevilla ante los delegados (que podría ser, no en vano en los equipos de ambos hay mentes duchas en estrategias de marketing electoral), la decisión que éstos tomen parece que se basará en buena medida en ese viejo argumento metafísico: ¿tú a quién quieres más, a papá o a mamá? Cada uno tiene sus virtudes y sus defectos, adosados a su carácter y a su biografía, y al elector le tocará decantarse en función de sus inclinaciones. O quizá, en algún caso, en función de alguna ventaja relativa que le reporte tal o cual solución. Y si los votos de Madrid deciden, tal vez ahí resida la clave.
Todo esto está muy bien y es muy legítimo, pero queda un poco lejos de lo que sería necesario para reconstituir la ilusión y el orgullo de la izquierda española, tan maltrechos desde la combustión espontánea (y explosiva) del zapaterismo. A lo mejor es demasiado pronto para arreglar nada. A lo mejor hay que pasar el trago como sea, salir del estupor para aterrizar en la oposición y desde ahí ir haciendo camino. Un primer objetivo plausible sería participar en el dibujo de una nueva izquierda europea que opte a sacudir esta lúgubre melancolía en que la derecha capitaneada por Merkozy ha sumido al continente.