Una mujer observa el escaparate de un tienda en la que exhiben ropa tradicional escocesa. :: D. MOIR/REUTERS
MUNDO

La larga marcha de Salmond

El Gobierno de Londres negociará un referéndum con el líder escocés que quiere romper Reino Unido

LONDRES. Actualizado: Guardar
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La manera en la que Alex Salmond entiende la política puede ilustrarse con sus argumentos cuando fue expulsado temporalmente del Partido Nacional Escocés (SNP) por ser miembro de una facción, Grupo de los 79, que quería guiar hacia la izquierda a un movimiento herido tras la derrota del referéndum por la autonomía de 1979 y los pésimos resultados electorales.

Salmond, entonces analista del mercado del petróleo en el Royal Banck of Scotland (RBS), defendió el giro porque los votantes conservadores habían dicho no a la autonomía y sí a Margaret Thatcher, mientras la idea del autogobierno penetraba en el laborismo y los 'tories' abrazaban una ideología rechazada por gran parte de los escoceses.

El líder independentista que ha logrado situar ahora la posibilidad de ruptura de Reino Unido como una cuestión central en la agenda británica es un político pragmático, que intenta siempre pescar apoyos en caladeros amplios, un defensor constante del último objetivo, la independencia, pero que no da pasos que hagan peligrar una coalición electoral con más amplios intereses.

Así ha conseguido que su partido controle el Ejecutivo autonómico recibiendo más votos que los que tendría la independencia, según los sondeos. Y por eso, en el momento de presentar esta semana su programa para la celebración del referéndum independentista, ha dejado también la puerta abierta para ganar adeptos entre quienes no quieren la separación.

Alex Salmond nació el 31 de diciembre de 1954 en Linglithgow, una población de unos 15.000 habitantes, que unía industrias y comercios de Edimburgo y Glasgow. Sus padres eran funcionarios, con tendencias políticas laboristas y luego nacionalistas, en el caso del padre, y conservadoras, en el de la madre.

Su simpatía por el SNP se debió a la influencia de su abuelo paterno. Logró una beca para estudiar Económicas e Historia Medieval en la universidad de St. Andrews. Allí tuvo profesores que marcaron su visión de la historia escocesa y se afilió al partido. A los 24 años entró en la administración, como asesor económico del departamento de Agricultura en el Ministerio de Escocia. En ese primer empleo conoció a Moira, también funcionaria, diecisiete años mayor que él, con quien contrajo matrimonio en 1981. Aunque han preservado su vida privada con gran celo, el biógrafo de Salmond, David Torrance, considera que la influencia de su mujer, que ahora tiene 71 años, es sustancial también en las consideraciones políticas.

La política escocesa había cambiado durante el tiempo de su formación intelectual. Los laboristas ocuparon el espacio que tuvieron los liberales antes de la II Guerra Mundial, la economía vivía dos fenómenos contrapuestos, una decadencia industrial y el comienzo de la explotación de los yacimientos de petróleo y gas en el mar del Norte.

«Es el petróleo de Escocia», decía un lema popular del SNP, pero su dirección era complaciente. Los éxitos que siguieron a la elección de su primera diputada, en 1967, se transformaron en derrotas. Y la era de Thatcher no mejoró su suerte. El rechazo a sus políticas avivó el deseo de autogobierno y una Convención Constitucional de grupos sociales, sindicatos y partidos políticos se unió en torno a la idea de la devolución de poderes desde Londres.

Alex Salmond renovó la presencia del SNP en el Parlamento logrando en 1987 un escaño. Tres años después fue elegido líder. Y, aunque el partido se apartó de la Convención Constitucional porque no contemplaba la independencia, Salmond estaba a favor de la autonomía, tras la victoria de Tony Blair, a pesar de algunas críticas en su partido.

El hombre que se afilió a un SNP en el que era común la retórica contra «la bota de Londres» y que tiene como su mejor lectura los versos del poeta galés, R. S. Thomas, defensor de la pureza aborigen destruida por la influencia del materialismo inglés, hizo campaña por la autonomía al afirmar que no tiene «ni un solo hueso antiinglés».

Maquinaria eficaz

Como parlamentario en Westminster destacó en su oposición al bombardeo de Serbia durante la guerra en Kosovo y a la invasión de Irak, que le valieron el reconocimiento de rivales y observadores. Depuró el argumento en favor de la independencia, combinando un programa socialdemócrata con la proyección de una Escocia próspera gracias a sus recursos y con poder sobre su economía.

Bajo su liderazgo, al que renunció en 2000 para concentrarse en su trabajo parlamentario y al que regresó cuatro años más tarde curando nuevas divisiones, el SNP se ha convertido en una maquinaria electoral eficaz, como él mismo demostró al ganar en las autonómicas de 1999 un escaño que le llevó también a la Asamblea de Edimburgo.

Pareció claro en 2008 que había perdido su apuesta política. La promesa de una Escocia independiente en la estela del 'arco de la prosperidad' de otros países nórdicos, como Islandia, o periféricos, como Irlanda, quedó sepultada bajo la debacle financiera. Un año antes, su partido había obtenido la victoria en las elecciones autonómicas. Logró gobernar en minoría, trazando pactos y equilibrios en un momento en el que su ambicioso discurso económico chocaba con la nacionalización por Londres de los dos grandes bancos escoceses, RBS y HBOS.

Partiendo en los sondeos con 14 puntos de desventaja, su partido ganó la mayoría absoluta en Edimburgo en 2011 gracias al desmoronamiento laborista. Podía ya cumplir su promesa de convocar el referéndum por la independencia. El Gobierno de Londres debía tomar en serio al líder del SNP.

A principios de este año, David Cameron incitó a Salmond a negociar y convocar el referéndum de la independencia. El escocés ha publicado esta semana el proyecto de ley del referéndum y parece haber ganado ya una primera batalla, sobre la fecha de celebración, en otoño de 2014. El Gobierno británico negociará con un político en trayectoria ascendente, que quizás aceptaría posponer el objetivo final si asegura más poderes.