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El guitarra y vocalista de la banda británica de indie rock Arctic Monkeys, Alex Turner. / Ballesteros (Efe)
música

Los Arctic Monkeys se hacen mayores

El grupo indie de Sheffield llena pabellones con una propuesta musical inteligente, arrolladora y cada vez más rockera

DARIO MANRIQUE
MADRID Actualizado:

Las salas en las que actúa un grupo a lo largo de los años son un buen baremo de su popularidad, y en el caso de los Arctic Monkeys son una unidad de medida infalible: en Madrid, con sus dos primeros discos llenaron La Riviera (unas 2.600 personas), con el tercero el coso de Vistalegre (unas 12.000) y con el último, Suck It And See, el Palacio de los Deportes (alrededor de 15.000: los últimos que lo abarrotaron fueron artistas de la envergadura comercial de Rihanna y Red Hot Chili Peppers). Una línea ascendiente que no es una cuestión cualquiera cuando hablamos de un grupo que graba para una discográfica independiente, Domino. Claro que es un lejano reflejo si se compara con el Reino Unido, donde los Arctic Monkeys son primerísima división, llenaestadios y acaparadores de números uno, un grupo que ha conectado con toda una generación.

Los Arctic Monkeys no sólo se han hecho grandes en fama: también han crecido, se han hecho mayores. Hay que recordar que cuando editaron su primer álbum, en 2006, tenían una media de 19 años. Hoy en día, la banda de Sheffield (Inglaterra) ronda los 25 años y ya son tipos duros. Alex Turner, cantante y compositor, ya no es un chaval tirillas con aspecto tímido: apareció sobre el escenario del Palacio de los Deportes con tupé, chupa de cuero y vaqueros ajustados, con look 100 % rockabilly y pleno de confianza. No es para menos, cuando desde la más tierna adolescencia has demostrado tener una enorme capacidad para contar historias cotidianas y locales haciéndolas sonar rotundamente globales. Con el tiempo, esas historias, las que narra en las canciones de Suck It And See, que supusieron el grueso del concierto madrileño, se han ido haciendo más adultas: ya no hablan de apresurados encuentros alcoholizados en pubs de Sheffield, sino de la universal e irresistible atracción de experimentadas mujeres fatales.

También la música de Arctic Monkeys se ha endurecido: temas de los últimos dos álbumes como Evil Twin, Library Pictures o Crying Lightning tienen trazas del contundente rock americano stoner de Queens of Stone Age, el grupo de Josh Homme, coproductor de Humbug (2009). Para el público que acudió al Palacio de los Deportes, más o menos entre los 18 y los 35 años (con predominio de la parte baja de esa escala), ese aumento de la dureza no supone ningún problema. Sorprendentemente para un país con tan bajo nivel de inglés como el nuestro, las 15.000 personas cantaban como si fueran una las complejas -y veloces- frases que Alec Turner escupía al micrófono. ¿Será que tal vez las nuevas generaciones están poniéndose al nivel de otros países europeos? Benditas becas Erasmus...

Una canción tras otra

No parece que sus fans lo echen de menos, pero Arctic Monkeys no son un grupo de dar espectáculo. Lo suyo es arrollar, apisonar con una canción tras otra, con apenas un “gracias, Madrid” por el medio y pocos gestos de cara a la galería. Así fueron cayendo 20 canciones, con puntos álgidos como las guitarras años 50 de Do Me A Favour o el final con When the Sun Goes Down, un vitriólico libelo contra un ruin putero maltratador de prostitutas.

En los bises, otro par de momentos cumbre con Fluorescent Adolescent y 505, ambas del segundo álbum de Arctic Monkeys, Your Favourite Worst Nightmare (2007). En la última apareció el telonero Miles Kane, autor de un notable disco en 2011 (Colour of the Trap) y compañero de Alex Turner en el proyecto paralelo The Last Shadow Puppets. Juntos interpretaron 505, una intensa canción que captura, como Turner sabe hacer tan bien, los (desesperantes) matices de una relación condenada al fracaso. Pero tampoco la hiriente profundidad de 505 consiguió poner en duda el subidón de 15.000 personas que salieron más que satisfechas del concierto que protagonizó Alex Turner, un chaval ya no tan tirillas que está destinado a hacer historia gracias a su ojo clínico, un talento que lo emparenta con Ray Davies, de los Kinks, o Damon Albarn, de Blur, algunos de los grandes cronistas que ha dado el pop británico.