opinión

La ínsula ibérica

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No sabemos qué será de nosotros –¡vaya usted a saber!– pero el presidente del Gobierno nos ha suministrado una pista acerca del futuro inmediato: el plan de austeridad español será muy semejante al establecido en Portugal, ese país hermano al que separan tratados políticos y otras cicatrices de la Historia. ¿Qué diría el gran Saramago ante esa perspectiva? Creía él que España y Portugal debían de ser un solo país en el futuro, o sea, que lo que la geografía ha unido no lo deben separar algunos fugitivos mandatarios que se perpetuaron en su descendencia para instituir dificultosas o imposibles monarquías. El tiempo, que nunca se está quieto, nos asigna idénticos recortes durísimos y la medida no deja de ser una forma de solidaridad. Estamos en el mismo barco de piedra y de sol. No hay más que tocarse la cara frente al espejo para comprobar que las barbas de nuestro vecino precisan el mismo afeitado que las nuestras.

Los astrónomos dicen que hay millones de planetas en la Vía Láctea que pueden albergar vidas humanas. El planeta Tierra, que habita en los suburbios del cosmos más conocido, es uno más, pero hay muchos terrícolas que se denominan con otro nombre. No tiene sentido llevarse mal con los que viajan en el mismo tren, sobre todo sabiendo que el viaje es tan corto. La recesión está arruinando todos los propósitos de combatir el déficit. ¿Cómo será la zona euro vista desde otras galaxias? Es probable que no conozcan ni a Pessoa, ni a Cervantes. Y lo que es peor, que ignoren quiénes son Mourinho y Guardiola. Es verdaderamente extraño coincidir en el tiempo y en el espacio, ya que exige una puntualidad histórica extrema. La llamada «contracción», o sea, la penuria, nos puede hacer más tratables, mientras movemos el rabo de Europa por desollar, a ver qué dice la señora Merkel, que nos ha tomado las mismas medidas. ¡Que Dios nos ampare, hermanos! Quizá esta isla llegue un día en el que navegue.