Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Sociedad

El hombre que quería ser Atticus Finch

Eduardo Torres-Dulce, cinéfilo y futbolero, asume la Fiscalía General del Estado con el reto de defender la independencia del Ministerio Público

Actualizado:

A Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) lo recordamos sentado frente a una mesa, con su rostro de alumno aplicado y formalito, un poco pitagorín, difuminado entre volutas de humo y vapores de whisky. Desde hacía muchos años, Eduardo Torres-Dulce llevaba sin disimulo una doble vida: por la mañana se hundía entre legajos y escritos forenses; por la noche, se sentaba a la vera de su amigo José Luis Garci para ver y comentar películas por televisión ('Qué grande es el cine') o por la radio ('Cowboys de medianoche'). «Mi madre solía decirme que, cuando estaba embarazada, iba todas las tardes al cine en Madrid. Quizá ella me contagió este virus», recordaba Torres-Dulce hace unos meses, en un simposio celebrado en la Universidad Pablo de Olavide, en Carmona (Sevilla).

Torres-Dulce, nuevo fiscal general del Estado, cayó en el Derecho por vocación familiar (su padre fue magistrado del Supremo) y en el cine por devoción privada. En un tenso largometraje de Robert Mulligan, 'Matar a un ruiseñor' (1962), el joven Eduardo encontró un modelo en quien mirarse: el abogado Atticus Finch, interpretado por Gregory Peck, cuya valentía y honestidad, al defender a un joven negro injustamente acusado de asesinato, se le quedó grabada a fuego. Se licenció en Derecho, sacó las oposiciones y se matriculó en la Escuela Fiscal, pero nunca dejó de lado el cine. «Mi padre, a quien admiraba muchísimo, pensaba que estaba perdiendo el tiempo. Creía que las películas estaban bien como diversión, pero no entendía que me comprara libros y revistas, que escribiera casi más de cine que de Derecho».

Su padre se equivocaba. Las películas del Oeste no le robaron un ápice de intensidad a su carrera profesional: ejerció como fiscal en Sevilla, Guadalajara y Madrid; y más tarde fue nombrado fiscal de sala del Tribunal Supremo (2000) y fiscal de sala del Constitucional (2005). Miembro relevante de la Asociación de Fiscales, de talante conservador, sus compañeros le definen como un hombre recto y de buen trato, ardoroso defensor de la independencia del Ministerio Fiscal. En su informe, el Consejo General del Poder Judicial abandonó su habitual laconismo para, por unanimidad, alabar «la dilatada experiencia» de Torres-Dulce y su «solidez jurídica». El fiscal cinéfilo ha llegado a la cumbre y levanta más esperanzas que suspicacias, pero sabe que tendrá que tragar mucha hiel: ocupará un puesto ingrato por definición, siempre bajo sospecha, que suele devorar el prestigio de sus ocupantes.

Eduardo Torres-Dulce quizá recurra ahora al cine de vaqueros para distraerse de sus graves ocupaciones o tal vez prefiera ver un partido de fútbol de su Real Madrid. O acaso ni siquiera tenga tiempo para todo eso. Debería entonces recordar el mensaje que John Ford deslizó en su trilogía de la caballería y que el propio Torres-Dulce glosó en su libro 'Jinetes en el cielo': «Quien se entrega por completo a una misión rompe con todo lo que tiene... y eso al final solo le produce amargura y melancolía».