EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD
En esta ciudad no hay manera de levantar una esperpéntica acampada urbana
Actualizado:Según indica el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que es ese fiel texto al que acude este columnista ante la mínima duda que le surge en el uso de nuestra hermosa lengua castellana, 'autoridad' es el poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho. Consecuentemente, el principio de autoridad sería aquél por el que determinada persona o grupo de personas están legitimados para ejercer ese mando. Ejemplos hay muchos. El principio de autoridad que ostenta el Coronel sobre su tropa; el principio de autoridad que poseen los empresarios en orden a dirigir y gestionar el negocio o la empresa a cuyo frente se hallan; el principio de autoridad que ostentamos los padres para gobernar a nuestros hijos, o el principio de autoridad que los ciudadanos delegamos en nuestros políticos a quienes democráticamente elegimos, a fin de que sean ellos quienes nos representen, así como quienes adopten cuantas decisiones sean necesarias para que el país, la comunidad o el municipio marchen adecuadamente.
Comprenderán que ejercer la autoridad no es fácil. Que se lo pregunten a esos miles de padres que ven cómo son incapaces de gobernar a sus hijos. Que se lo cuestionen igualmente a muchos empresarios que carecen de las dotes necesarias para sacar una empresa adelante o, que se lo pregunten a muchos políticos, a los que adoptar determinadas decisiones les resulta imposible, bien porque tales decisiones son impopulares, y eso hace que cueste trabajo tomarlas, bien porque simplemente tales decisiones resultan muy difíciles de adoptar.
Además es cierto que ejercer la autoridad puede resultar tremendamente complejo, amén de que la desviación es posible, por lo que siempre puede existir el deseo latente de convertir la autoridad en autoritarismo. Claro, en ese caso ya no estaríamos hablando de una cadena de mando lógica y normal. Estaríamos hablando de una autoridad a la fuerza algo, por cierto, de lo que este país se liberó hace ya hace más de cuatro décadas.
Sin embargo, aunque la dificultad se halla presente en el ejercicio de la autoridad, entiendo que la misma es indelegable. Se imaginan ustedes una familia en la que manden los hijos o un cuartel donde el recluta diga qué hay que hacer. Sería simplemente impensable.
Lo mismo ocurre en la vida política y, en tal sentido, cuando se vota a determinado político se hace en la esperanza de que el mismo adopte cuantas decisiones sean necesarias en beneficio del común de la ciudadanía. Es decir, que ejerza la autoridad.
Si tal tesis la trasladamos a nuestra entrañable ciudad de Jerez de la Frontera, comienzo a palpar una notable dejación del principio de autoridad. Si quieren algunos ejemplos, ahí van. ¿Qué tiempo hace que la ilegal acampada de la plaza del Arenal ocupa nuestra céntrica plaza? Se han desalojado hoteles y edificios completos en Madrid o Barcelona, incluso en Cádiz se intervino en el edificio de Valcárcel hasta dejarlo libre. Aquí, en Jerez, no hay manera de que un grupo de individuos levanten tan esperpéntica acampada urbana.
Otro ejemplo al uso. ¿Alguien va a frenar a las protestas de determinado colectivo de trabajadoras? Primero cortan el tráfico donde les parece. Luego impiden, sin pudor alguno, la salida de los autobuses urbanos, privando a casi 250.000 habitantes del transporte público. Posteriormente bloquean la salida de los autobuses interurbanos y de transporte escolar impidiendo que muchos ciudadanos se desplacen a otra localidad, así como que cientos de escolares acudan a su centro de estudios. Van a más y no permiten que los trabajadores de determinada delegación municipal accedan a su puesto de trabajo y, por si fuera poco, saquean un centro comercial de la ciudad con el pretexto de que su director ha «colaborado amablemente con la causa», regalándoles cinco carros de la compra con productos de primera necesidad, entre los que curiosamente se incluyen zumos y yogures.
Evidentemente ejercer la autoridad no es fácil pero es necesario, diría que imprescindible, si queremos que una sociedad democrática marche con unos mínimos estándares de normalidad ciudadana. Por ello créanme cuando les digo que estoy empezando a echar en falta en mi ciudad un poco más de autoridad.