Héroes y villanos en el 'Costa Concordia'
Schettino reafirma los prejuicios sobre los italianos y abre una crisis de identidad en el país que desata la búsqueda de conductas ejemplares
CORRESPONSAL EN ROMA Actualizado:Transcurrida una semana del naufragio del 'Costa Concordia', la gran pregunta tal vez sigue siendo esta: ¿Qué le pasa por la cabeza a un tipo para coger un mastodonte de 115.000 toneladas con 4.200 personas y estamparlo contra las rocas, solo por un favor a un conocido o quedar bien con él? Este tipo es el ya tristemente célebre comandante Francesco Schettino y un italiano sabe la respuesta, mientras el mundo asiste con estupor a la eclosión de este personaje. Schettino no da la alarma, miente a la Guardia Costera, engaña a los pasajeros, ordena la evacuación demasiado tarde, abandona la nave, miente por radio sobre su presencia a bordo, se niega a volver, y luego dice que es que se cayó en un bote.
Además del dolor por los fallecidos, los italianos sufren el desastre de modo muy particular. No llevaban ni dos meses sin Berlusconi, con el alivio de no padecer el ridículo internacional, cuando la imagen del 'típico italiano' ha sido acaparada por este comandante. En las primeras horas, cuando dijo que el arrecife que se había comido no estaba en los mapas, empezó a intuirse que andaba por medio el inevitable 'mascalzone'.
Schettino, al menos la imagen pública que se ha proyectado de él, quizá con una excesiva demonización y a la espera de que se aclare la responsabiidad de la compañía, ha respondido perfectamente al perfil de los peores prejuicios sobre el italiano: irresponsable, mentirosillo, poco de fiar, cobardón, engreído, rey del escaqueo.
Cuando apareció una rubia en el puente de mando se añadió el del ligoncete repeinado. Además Schettino es de Sorrento, napolitano, la tierra que acumula los estereotipos italianos y, a nivel nacional, raíz del racismo hacia el sur. Es espantoso pensarlo, pero si esta historia se sigue desde el punto de vista estrictamente cómico de su protagonista saldría un clásico filme de Alberto Sordi, con uno de sus personajes graciosos pero profundamente trágicos y patéticos.
Así es la llamada comedia a la italiana, una trama grotesca con un fondo de amargura. Es un país con un talento único para parir historias inverosímiles y chapuzas monumentales. «No nos va la tragedia, sino la ópera», ha dicho tras el naufragio un sagaz columnista, Beppe Severgnini, en el Corriere. Él tiene su explicación a lo del comandante. Le perdió 'la bella figura', el quedar bien. «Una vez más un italiano ha caído en este trampa. Hay una tendencia teatral en nuestro país que forma parte de nuestro encanto pero es la raíz de muchos de nuestros problemas».
La estética, viciada de exhibicionismo, puede derribar en Italia cualquier consideración ética. Y la cortesía al amigo, el favor personal, el individuo y sus intereses tienen total prioridad sobre la colectividad. Subjetivamente, es legítimo saltarse las reglas en nombre de la excepción puntual. Este naufragio es un ejemplo sublime.
«Hace falta el 'bueno'»
De quién es realmente Schettino se sabe poco. Solo en su pueblo le defienden. Se le describe como un buen piloto, preparado, pero temerario, ostentoso, chulesco, intratable. Empezó su carrera en los ferrys, luego pasó al mundo de los cruceros y acabó en Costa en 2002, como responsable de seguridad, otro detalle irónico. En 2006, ya era comandante y en 2009 fue ascendido a cargo del 'Concordia', una de las joyas de la flota. El presidente de la compañía, Pier Luigi Foschi ha dicho que tiene «algún pequeño problema de carácter, es percibido como un poco duro con sus compañeros, le gustaba figurar».
En Italia viven estos episodios como una auténtica crisis de identidad, con un sentimiento de culpa profundo, que conlleva cíclicas sesiones de psicoanálisis colectivo. ¿Somos realmente así? La respuesta suele ser que, por desgracia, sí, pero no todos. Entonces se activa un mecanismo de búsqueda ansiosa de personajes antitéticos, modélicos. Del héroe. Como ha escrito otro lúcido analista, Massimo Gramellini, en 'La Stampa': «Hace falta el 'bueno', que en la trama tiene el papel crucial de redimir el honor herido de la colectividad, fortificándola en la ilusión de ser mejor de lo que es».
El papel fue adjudicado primero al comisario de a bordo Manrico Giamperoni, que salvó a decenas de personas, se rompió una pierna y quedó atrapado 36 horas hasta ser rescatado. Luego apareció el oficial Roberto Bosio, que en una especie de motín y sin esperar la orden empezó la evacuación. O Marco Savastano, 38 años, el primer hombre de los equipos de salvamento que pisó la cubierta inclinada, descendiendo de un helicóptero. «Me encontré unas sesenta personas agarradas unas a otras. Solo podía llevarme a uno.
Cogí a una señora española. Pero no quería irse sin su marido. Le juré que volvería a buscarlo», ha relatado. Luego salvó a dos empleados asiáticos a punto de resbalar al agua, agarrados como podían. Y muchos más. Por cierto, también es napolitano. Hay otras historias menos espectaculares, pero igual de admirables. A Giovanni Lazzarini, animador infantil, el impacto le pilló con ocho niños. Tuvo una idea genial: se disfrazó de Spiderman y simuló con ellos una aventura. Les guió en la evacuación y les salvó.
El héroe oficial
Pero el título de héroe oficial se lo llevó el mando de la Capitanía de Livorno Gregorio Di Falco, por su contraste directo con el malvado, cuando salieron a la luz sus conversaciones con el comandante Schettino esa noche. Toda Italia se identificó con él mientras le ponía las pilas y le ordenaba volver a bordo. Se venden camisetas con la imperativa frase «Vada a bordo, cazzo!» (`Vuelva a bordo, cojones!). Millones de italianos sin visibilidad saben que son mejores que quienes les representan y se ven en ese ciudadano anónimo serio y cabreado. Que también es de origen napolitano.
¿Pero, cuántos fueron héroes realmente? Aquí se ha abierto otro espacio de autocrítica, pues al final en Italia a menudo se erige en héroe a quien se limita a cumplir con su deber, porque se da por hecho que casi nadie lo hace. El héroe oficial Di Falco está casi indignado por ese tratamiento, huye de la prensa y dice que solo ha hecho su trabajo. En esto también debe considerarse el papel de los medios, que cada vez caricaurizan más la realidad para simplificarla a un público poco exigente.
Pero sí, sí hubo héroes en el 'Concordia', algunos muy anónimos. Por ejemplo, Giuseppe Girolamo, 30 años, batería del grupo 'Dee Dee Smith', que tocaba en el gran salón del puente 4 en el momento del accidente. La música era su vida, tras una biografía de trabajos precarios. Fue visto en cubierta a punto de subir a un bote, pero en el último momento cedió el puesto a una mujer con su hijo. Sigue desaparecido.