Justicia de cachondeo

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Por lógico que sea el malestar de los jueces ante las críticas frívolamente demagógicas contra la sentencia de Marta del Castillo, destripada sin leer el texto y sin un argumento jurídicamente consistente, el problema al final es la corrosiva falta de credibilidad de la Justicia. Cuando la nación siente que no hay Justicia –según la vieja teoría voltaireana– acaba por tomársela. Y por ahí van las cosas. La opinión pública se atiene a sus propios veredictos por olfato, por instinto, por prejuicio; desconfiando de los jueces. Y estos contribuyen lo suyo. Ahí quedan las últimas tracas de Urquía, Del Nido, Eres, Camps... ahora Garzón. Si la Justicia no pierde con esto mucho crédito es solo porque para perderlo antes hay que tenerlo.

Lo de Urquía es de aurora boreal. El juez inhabilitado por cohecho, tras dejarse sobornar por Roca para comprar su chalé de Marbella a cambio de favores judiciales, puede volver a vestir la toga por decisión del Supremo. Roca confesó que fue el propio juez quien se le ofreció; y aún se enfrenta a otro soborno ‘sub iudice’ por liberar a dos imputados del ‘caso Hidalgo’. Devolviendo a Urquía a la carrera judicial, queda claro cuál es el nivel de credibilidad mínima que el Supremo establece para vestir la toga.

A Del Nido y Julián Muñoz, tras ser condenados a siete años y medio de cárcel por malversación y prevaricación, el juez les mantiene en libertad contra el criterio de la Fiscalía Anticorrupción y ni siquiera les presiona con la fianza. El magistrado muestra una confianza total en ambos; sin duda porque se han ganado esa confianza en el saqueo del gilismo.

Hace meses, más de 1.500 jueces firmaron un manifiesto ‘por la despolitización y la independencia judicial’. Pero su mayor enemigo son ellos mismos. Más allá de la aritmética de siglas en el Constitucional, el coqueteo con el poder –políticos, banqueros– es constante; como el presidente del Tribunal Superior de Valencia, con el que Camps mantenía «más que amistad», o la juez del escándalo repulsivo de los ERE sin resistir la tentación de hacer coincidir sus pasos con las campañas electorales; en definitiva siempre el Garzón de turno bajo sospecha de un guion politizado.

La sentencia de Marta del Castillo suscita frustración, sí, pero porque no hay confianza en la Justicia. Es lenta, cara y mala. Se abusa de la pena de telediario, las filtraciones a destajo, los calendarios sin fin, el gremialismo y la sentencias a la carta por más que el Rey proclamara que ‘la Justicia es igual para todos’. Hay razones sobradas para el escepticismo en una sociedad cuya máxima nacional sobre la Justicia es el exabrupto de aquel político andaluz: «La Justicia es un cachondeo».