Las actas secretas

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hay que tener mucha imaginación para ocultar nuestra ruina, que es todavía mayor que ella. Las llamadas «actas secretas» al poco tiempo se hacen públicas y los asuntos tenebrosos de los que no era discreto hablar andan en lenguas de la gente. Nadie ignoraba que a las autonomías no le iban bien las cuentas, ya que asumieron demasiados riesgos, pero una cosa es el estado bancario y otra la bancarrota. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, acaba de reunir a los responsables del desbarajuste, todos sacan la misma nota, que es un rotundo suspenso, pero el señor ministro les ha animado diciéndoles que no va a permitir la suspensión de pagos.

Viendo venir las cosas que habían traído, las autonomías pidieron auxilio al tesoro. ¿A quién se le ocurre? El dinero, también conocido como «el estiércol del diablo», hay que buscarlo dónde está. Es inútil husmearlo dónde se hospedó transitoriamente, ya que no deja rastros en la huida. El llamamiento de socorro fue oído, pero no lo escuchó nadie y los gravísimos problemas de liquidez nos están ahogando a todos, no solo a los que estaban con el agua al cuello. Se salvan los que además de saber nadar en el río revuelto, supieron guardar la ropa sucia.

El presidente Rajoy y nuestro súbito hermano Sarkozy, que acaba de recibir de manos del rey Juan Carlos el Toisón de Oro, están de acuerdo en que hay que hacer más ajustes. Aunque no sean justos, son necesarios y aunque tampoco sea saludable, debemos acogerlos con una sonrisa algo parecida a una mueca. Hay que apuntarse a la ‘tasa Tobin’ sobre transacciones, anteriormente repudiada. Si no queríamos una tasa, tasa y media. Hay que aliarse contra eso que llamamos ‘agencias’. El mercado es la deidad de la época que nos ha tocado vivir, una época que solo es mala si la comparamos con las que nos parecieron mejores, pero no es la peor. Después de las elecciones andaluzas llegará otra y quizá echaremos de menos ésta.