Pasito patrás
Actualizado:Al final va a ser verdad que una imagen vale más que mil palabras. O, al menos, que ciertas imágenes nos permiten ver y evaluar por nosotros mismos, sin la interpretación particular de quien escribe esas palabras, las cosas que pasan y como pasan. Y sí, claro, también las imágenes pueden ser manipuladas, pero cuesta un poco más, y gracias al mundo de hoy, donde grabar una escena con un móvil o una micro-cámara es más fácil que beberse un vaso de agua, más todavía. No todo iba a ser estar vigilados con cámaras en las calles, esa decisión del poder que ya no recordamos que creó tanta polémica allá por el final de los años ochenta.
Las imágenes colgadas en internet, esta semana, nos han enseñado la cara y la cruz, como si existieran no solo las dos Españas de las que hablaba el clásico, sino dos Cádiz distintos, indisolubles uno del otro, hermanos siameses, yin y yang, alfa y omega. Cada cual ve la película según le toque la butaca y tiene sus intereses según le cruja el estómago, pero ahí hemos visto: la cola del Falla, centenares de personas guardando cola como no se guarda cola a la hora de pedir puestos de trabajo o solicitar una prórroga en las hipotecas, el tipismo que hemos aprendido a exportar como si tuviera la menor gracia, y la bronca enfurecida, al parecer por un equívoco. Un paso atrás, lo de las taquillas in situ, cuando no hay que ser Steve Jobs para ponerlas a la venta por internet dando prioridad siempre a la gente de la ciudad.
Y también hemos visto el acto de los indignados de Valcárcel en la Universidad, las pancartas, los rostros cariacontecidos del ponente y el rector y hasta del (poco) público que en los videos se aprecia, y la carga policial que sorprende a propios y extraños, las carreras, los nervios que se notan tanto en los sorprendidos manifestantes como en las fuerzas de seguridad, que parecen haber perdido los nervios de acero que se supone para estas cosas. Un viaje en el tiempo, esas imágenes, donde sorprende la ingenuidad de los manifestantes ante el desalojo y el acoso de las porras, quizá porque por su edad nunca corrieron delante de aquellos grises históricos ni tuvieron que entrar en sus casas (tiempos de Astilleros, ay) presentado el documento de identidad a los pañuelitos verdes que vinieron de Córdoba.