OPINIÓN

Conciliador y reformista

Siempre defendió el centro como el lugar más adecuado para construir una fuerza política

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Escribir sobre la figura de Manuel Fraga Iribarne (don Manuel para casi todos sus seguidores y admiradores) es, no solo glosar la figura de un gran hombre de Estado, sino de más de cincuenta años de la vida política española en la que don Manuel ha tenido una presencia relevante y un protagonismo que no se puede ignorar.

Era un hombre poliédrico, en el sentido de tener un perfil variado en los planos académicos, intelectuales, políticos y humanos de gran intensidad, que no se pueden disociar en cuanto que su actividad y actitud a lo largo de toda su vida forman un conjunto armonioso que, al final, definen a un gran hombre. Le conocí más o menos en 1971, cuando no ejercía ninguna actividad política y era director de Cervezas El Águila, su segundo paso por la empresa privada y donde permaneció poco tiempo, por cuanto su vocación era el servicio público y a él se había dedicado con pasión y después volvería a hacerlo hasta el fin de sus días.

Aquel conocimiento surgió a consecuencia de que varios amigos que teníamos la preocupación lógica del futuro que se avecinaba, pues Franco ya no podía vivir muchos años más y, por tanto, había que pensar en la necesidad de construir una España democrática partiendo de conceptos reformistas y no revolucionarios en el sentido de destruir todo lo hecho y partir de cero. En este sentido coincidimos con don Manuel y de ahí surgió una buena amistad, que, afortunadamente, perduraría a lo largo de más de cuarenta años.

Si algo le caracterizó en aquel tiempo y ahora, en las postrimerías de su vida, fue su talante conciliador, tolerante y reformador de todo aquello que precisase cambio y reforma, ya que estos conceptos siempre figuraron como primordiales en su pensamiento, y buena prueba de ello es sus intentos de pretender mayores cotas de libertad y de reforma en sus tiempos de ministro de Información y Turismo (1962-1969), en un régimen autoritario donde las libertades públicas, estaban cercenadas y nada tenían que ver con los regímenes democráticos modernos.

No obstante, don Manuel, y como más de en una ocasión me dijo, a lo largo de su vida, siempre «he intentado abrir puertas y ventanas a la libertad, si bien no siempre lo conseguía en plenitud». Prueba de ello fue que la Ley de Prensa e Imprenta; tardó cuatro años en aprobarse, (1966), salvando todos los obstáculos que le pusieron los grupos y fuerzas más reaccionarios de la España de la época, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico. Dicha Ley supuso un avance, menor del que quería don Manuel pero al final consiguió que se suprimiera la censura previa, que era uno de sus máximos empeños.

En los dos años de embajador en el Reino Unido (pues ese fue su compromiso con el entonces ministro de Asuntos Exteriores, López Rodó) don Manuel siguió atentamente lo que ocurría en España, y cuando volvió el 19 de noviembre de 1975, otros dos amigos y yo le llevamos directamente, a petición suya, al Hospital de La Paz, donde estuvo no más de diez minutos, y cuando volvió nos dijo, más o menos: «queridos amigos, esto se acaba y a partir de mañana hay que preparar la transición y conseguir que el cambio y la reforma se haga de forma pacífica y sin sobresalto alguno para los españoles».

Cuando se discutió la Constitución, don Manuel fue uno de los ponentes de la misma y trató, en la medida de sus posibilidades, que ésta recogiese las grandes líneas de la organización política de un país democrático y de carácter parlamentario, siendo partidario de que la Constitución tuviese un contenido básico y fundamental, para luego desarrollarse mediante Leyes Orgánicas. Su tesis no prosperó pero no supuso ningún enfrentamiento con ninguno de los ponentes, salvo los de carácter jurídico-político como era lógico que sucediera entre personajes de gran nivel académico e intelectual.

La aportación de don Manuel en la Transición resultó fundamental para poner una barrera frente a la extrema derecha, que todavía soñaba con perpetuar el 'viejo régimen' como si Franco no hubiera muerto, y aunque sólo fuera por esto, don Manuel merece el mayor de los reconocimientos por parte de todos los españoles. Hay que recordar en su 'debe' que, siendo él quien preconizó y defendió la teoría del centro, al final ese centro-derecha quedó residenciado en la UCD y Don Manuel, con la creación de Alianza Popular y los seis compañeros de viaje que se buscó, tuvo que asumir ser el líder de la derecha democrática y aunque no era su lugar natural, se puso a trabajar en construir una fuerza política que, afortunadamente, acabó siendo el actual Partido Popular.

Hay que reconocer que Fraga tuvo la sinceridad y la humildad de reconocer que su llegada a ser presidente del Gobierno era tarea imposible y decidió irse a su querida tierra gallega, donde durante cuatro legislaturas presidió la Xunta y modernizó Galicia en todos los sentidos.

En contra de lo que algunos detractores afirmaron sobre el talante de Don Manuel, hay que decir que él siempre criticó los extremismo, y recuerdo una frase en tal sentido, cuando decía de los extremistas que «hay que echarles de comer aparte . y poco, por cierto». Nunca se consideró un hombre de izquierdas, pero las respetaba, y prueba de ello fue cuando presentó en octubre de 1977 a Carrillo en el Club Siglo XXI ante el escándalo de gran parte de la derecha de este país, así como de algunos compañeros de partido, pero él quiso demostrar con este gesto que finalizaba una disputa entre las llamadas 'dos Españas', los 'vencedores y vencidos' de la Guerra Civil y que la reconciliación entre unos y otros no sólo era posible, sino necesaria, para ordenar en paz la vida social y política de los españoles.

Prueba de lo anterior es cuando afirmaba: «Para mí, los planteamientos de la izquierda no son los adecuados, pero temo también las exageraciones de la derecha y sus inmovilismos». De ello se deduce que don Manuel buscó siempre el equilibrio entre una y otra posición, y defendió el centro como el lugar más adecuado para construir una fuerza política.

La figura de don Manuel no desaparece con él; su gran obra política (el Partido Popular) le sobrevive y siempre será un referente intelectual, político y moral para todos, donde permanecerá para siempre en nuestro recuerdo, como si estuviera todavía con nosotros, pues como se dijo en una película del gran John Ford: «Los viejos soldados nunca mueren. se disipan en la niebla»; ese es el caso en que nos encontramos con la irrepeible figura de don Manuel.