¿Obras de arte o fluorescentes de colores?
Actualizado:Cuando la galería Haunch&Venison de Londres importó en 2006 una escultura de Dan Flavin, hecha de tubos fluorescentes de distintos colores, y una instalación de Bill Viola, con reproductores de vídeo, los galeristas pensaban que el paso por las aduanas iba a ser como siempre, un puro trámite que se solventaba pagando un 5% de IVA.
Los responsables aduaneros les reservaron una sorpresa: no se creyeron que las fluorescentes ni los reproductores pudieran ser arte. Así que fijaron el tipo normal del 20%. Y el impuesto les salió a los galeristas por algo más de 43.000 euros.
Haunch&Venison recurrió y el correspondiente tribunal británico les dio la razón. Pero el caso llegó a la Comisión Europea y otra vez surgieron las dudas metafísicas sobre si aquellas obras de los dos artistas estadounidenses eran o no arte. El caso es que ambos creadores están en cualquier historia del arte contemporáneo por básica que sea. Y en Bruselas debían de desconocer que el urinario presentado por el dadaísta Marcel Duchamp en 1917 cambió la forma de concebir la creación artística hasta hoy mismo.
La sentencia de la Comisión, emitida en 2010, condujo a más de una ironía. Si los tubos estaban apagados, sólo había que considerarlos como una instalación eléctrica, y si se encendían, entonces sí cabía verlos como arte por el efecto del conjunto. Como por la aduana pasan apagados, a menos que el galerista se lleve una batería, el impuesto tenía que ser el normal.
Con los reproductores de vídeo sucedía algo similar. En cuanto tales, podían servir para ver cualquier cosa, no sólo las grabaciones del artista. «¿Y si el coleccionista utiliza esos aparatos para ver 'Lo que el viento se llevó'?», se preguntaba con sorna un abogado. «¿Y si los aduaneros ven un cuadro de Leonardo como un trozo de madera, forrada de tela y con óleo por encima?», se mofaba un periodista. El caso es que no hubo modo de escapar a la sentencia.