Holismo
Actualizado: GuardarSu portentoso cráneo de judío letón se negaba a entender el holismo con contumacia. Zvi Anatovsky, nacido en Riga aunque formado en Londres, mi maestro, exigía el preciosismo quirúrgico para perfeccionar cualquier parte de cualquier todo. Para él, por ello, aceptar el postulado metafísico de Aristóteles el que asevera que «el todo es mayor que la suma de sus partes», le producía escozor. Su decurso reflexivo circulaba de la parte al todo y, jamás, del todo a la parte, con puntillosa perfección. Durante nuestros paseos sabatinos por Milán, me instaba a abandonar mi propensión a pensar holísticamente, manía, según él, propia de mis devociones presocráticas. En filosofía sólo aceptaba a Spinoza, el que usaba como plaza fuerte en la que se almenaba, más creo que por ser éste judío que por tender él al racionalismo neocartesiano.
He de confesar que elevar a sistema su tozudez preciosista por los detalles, daba excelentes frutos, sobre todo en el medio jurídico, pues sus contratos eran inexpugnables, si bien he de confesar también que llegaba a dudar si esta rigurosa propedéutica fuera eficaz para racionalizar los compromisos de los individuos para con el Estado. Llegué a creer que lo había convencido que la política debe ejercerse sobre bases holísticas, anteponiendo siempre los intereses del Estado, entendido como herramienta jurídica al servicio de la Nación, ante los de cualquier interés particular. La soberanía nacional, gracias a nuestra Constitución de 1812, rige al Estado, el que, por delegación en los Gobiernos, regula el comportamiento de las partes, a las que sin mermarles libertad alguna, les obliga a cumplir con las responsabilidades inherentes al ejercicio de esa libertad. A todo derecho corresponde una obligación.
Atribuía Zvi, a veces, esa tendencia mía por el holismo a una presunta fobia a las taifas, las partidas y partidismos, las banderías y demás enrocamientos cantonalistas. Puede que acertara, pues opino que los mediocres planteamientos pueblerinos, envidiosos, sediciosos y egoístas huelen a moho de caverna. Cuando está en juego el porvenir de la Europa espiritual y, por ende, económica, cualquier particularismo sesgado pone en un brete el porvenir del común. Europa es un todo, como España es un todo, mayor que la suma de sus respetables partes y si queremos salir de este patiburrillo necio en el que nos hemos metido, todos, hemos de regenerar la democracia íntegramente, erradicar la corrupción, invertir en enseñanza y aprendizaje, sanear las cuentas y tomarse en serio la honestidad y el altruismo. Es responsabilidad del todo, tutelar solidariamente a las partes; hasta las pudendas, en pro de la salud mental.