LA ALFOMBRA VOLADORA

Como en los relatos orientales, nos sobrevuela un laborioso tejido cuyos pilotos divisan el mundo más arriba del aguacero. Pasan las nubes y pasan las personas, incluso las que no merecen llamarse así. Las alfombras tampoco eligen su misión y siempre las hemos utilizado para rondar las constelaciones o para ocultar las porquerías. En el intento de regeneración moral de la vida española está apareciendo la basura acumulada últimamente, ya que la anterior tenía fecha de caducidad. Una buena capa todo lo tapa, pero la nuestra tiene demasiados agujeros.

El señor Matas y el apoderado de Aizoon tendrán que apearse en marcha de su plana aeronave. Estaba tejida con el dinero nuestro, pero colaboraron en el taller muchas personas. No solo Urdangarin era el culpable de que las cosas fueran manga por hombro, aunque el insensato ambicioso creyese que tenía las espaldas bien cubiertas. Le ha quedado ancha la chaqueta, pero le ha encogido la camisa del hombre feliz y no le llega al cuello. ¿En qué va a quedar esto?, se preguntan los recortados españoles. Hay quien dice que quedará en nada, pero el asunto del ávido consanguíneo político, va a traer cola. Se ha convertido en un test y existe una gran expectación, aunque se sepa que el espectáculo va a ser lamentable. ¿Será cierto que todos los españoles somos iguales ante la ley o sigue habiendo algunos que son más iguales que otros? Los que consumían cocaína con el dinero de las subvenciones de la Junta de Andalucía son, por supuesto, unos golfos arquetípicos, pero no los únicos. El peso de la ley debe repartirse centímetro a centímetro por toda la extensión de la alfombra.

Se hacen apuestas en los bares. Nadie duda de la ley, sino de los jueces y de las balanzas orinientas, trucadas desde tiempo inmemorial, pero no desde hace tanto tiempo como para que la gente haya perdido la memoria. Como en los seriales de la tele y en los folletines, podemos decir que «continuará mañana».