Los números políticos
Actualizado:Hace días el Gobierno anunció que sus medidas antifraude permitirán recaudar 8.731 millones. La partitura sonaba bien, y se repitió de titular en titular, hasta que Bruselas puso en cuestión que la cifra fuese verosímil. Bien pensado es poco creíble, pero aquí se había manejado con toda convicción. Y es fácil adivinar el secreto del éxito de ese titular fabricado por los cabezas de huevo del PP: la cifra exacta. De haber anunciado «más de 8.000», pecaría de imprecisión; pero 8.731 tenía la solidez de los números exactos, por supuesto tan absurda como las cifras al detalle de las manifestaciones o los desplazamientos en una operación salida. A veces la estafa llega hasta los decimales. Los números en política son una técnica más de marketing.
Si el lenguaje permite a los políticos crear confusión o mentir fácilmente; mucho más los números. Las matemáticas, que Galileo consideraba el alfabeto de Dios, en política son solo política. Los dirigentes cuentan con una ventaja añadida: los medios de comunicación manejamos mal, muy mal los números. Las ironías de John Allen Paulos en 'Un matemático lee el periódico' se quedan cortas. Los medios nos tragamos cifras a veces irrisorias y las difundimos con entusiasmo ingenuo. Lo mismo nos vale 8.731 millones que 1.783 o 3.817 o 7.138. Sin ese filtro crítico, los números funcionan como un anzuelo muy eficaz. Nadie necesita que le expliquen una decisión con la fórmula de p(y/x)=?p(y/O)p (O/x)dO pero la política necesita mensajes transparentes, no cifras diseñadas como eslóganes electorales asegurando que «vamos a limitar las transacciones en efectivo» y de ahí anunciar 8.371 millones sin más, salvo quizá dos padrenuestros y tres avemarías para que esa cifra cayera del cielo.
La gente siente que se está yendo al carajo por causas tan arcanas y trascendentes como las veleidades de los dioses griegos que ahora se llaman mercados. A duras penas se podía entender la trastienda financiera de la burbuja y las hipotecas basura, pero aún hay menos margen para que adquiera sentido común la prima de riesgo y el diferencial de deuda entre la presión de los mercados, las calificaciones de las agencias de «ratings», los bandazos de Merkozy y el sursum corda. Cunde la sospecha, como diría Umberto Eco, de estar ante otra Edad Media en la que vuelve a imperar la religión, un mundo de verdades impuestas frente a otro de verdades razonadas. Es un retorno al dominio de la fe y la incertidumbre, el terreno donde se desenvuelven la religión y sus sacerdotes, ahora economistas llamados tecnócratas. Y los números son el instrumento de sus mensajes. Pero ya se sabe que el 91,34 por ciento de los mensajes políticos son falsos. Con toda exactitud, naturalmente.