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opinión

Regalar un libro

JOSEFA PARRA
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Creo firmemente que los libros son como los buenos amigos. En ellos se pueden hallar la solución, la compañía o el consuelo. Hacen llevaderas la espera y la soledad. Pueden aliviar el desamor y la decepción, o bien, avivar el recuerdo y el afecto. En ellos caben nuestros secretos, nuestras aventuras, nuestras inquietudes. En sus frágiles alas somos capaces de volar a países desconocidos y a vidas apasionantes. Nos harán reír y llorar, nos entretendrán y nos volverán más sabios y más humanos.

Es una buena costumbre regalar libros el día de Reyes. Libros para todos: infantiles, educativos o divertidos; álbumes ilustrados en los que demorar los ojos; cómic, en esta época en que necesitamos superhéroes; libros de poesía que se regalan los enamorados y los que desean estarlo; e incluso best-sellers de novela histórica o de vampiros, de esos que abarrotan los estantes de los grandes almacenes (mejor eso que nada…)

No me gusta ponerme como ejemplo (no me considero nada ejemplar), pero hace años que regalo a mis sobrinos, desde su primer día de Reyes, un libro. Poco a poco, todos ellos, sin excepción, se han ido aficionando a poseer sus propios volúmenes, a quererlos y a acrecentar en días señalados su pequeña biblioteca. Ya piden ‘los reyes libreros’ cuando me ven llegar el día 6, aplauden los aciertos en la elección, y se intercambian los que van leyendo. Incluso si son demasiado pequeños y aún no conocen el alfabeto, piden ‘libros con letras’ para que sus padres se los lean antes de dormir. Y me alegra pensar que algún día, con un Tolstoi o un Vargas Llosa o un Cernuda entre las manos, recordarán que su tía les inculcó que un libro era el mejor de los regalos.