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SOMOS DOSCIENTOS MIL

CARTA A UN INDESEABLE

ILDEFONSO CÁCERES
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Escribo en este primer domingo de enero (el anterior no cuenta por aquello de que al ser Año Nuevo no se publicó la prensa diaria), para dirigirme directamente a un indeseable. Alguien que con bastante probabilidad no leerá estas letras, pues dudo incluso de que tenga la suficiente cultura como para acercarse a un quiosco, comprar un periódico y detenerse posteriormente en su lectura completa, por ejemplo, mientras saborea una taza de café en cualquier bar de nuestra ciudad. Por cuestionarme, incluso me pregunto si el personaje de marras sabrá al menos leer.

Pero les decía que dirijo esta carta al impresentable, al indeseable, al maleante, al gamberro que, en la madrugada del pasado jueves, procedió a destrozar la figura del Niño Jesús que preside el Belén monumental instalado por el Ayuntamiento en la Alameda Cristina. De hecho no ha sido la primera vez ni tampoco Jerez es excepción.

Hace ya algunos años esta imagen también fue destrozada parcialmente. Otro año fue robada para finalmente hallarse horas después, bajo un coche aparcado en la calle Zaragoza. Incluso leo en la prensa provincial que el pasado 31 de diciembre le destrozaron la nariz al Niño Jesús instalado en el atrio del Palacio Consistorial de la ciudad de San Fernando, que finalmente pudo ser restaurado gracias a la intervención de un artista local.

Por ello ni es la primera vez que ocurre, ni Jerez es excepción, siempre existe un imbécil, varios imbéciles o un grupo de ellos dispuestos a dar la nota con un acto que para muchos pasa desapercibido, pero que para otros supone una auténtica afrenta, como es destrozar la imagen del Niño Jesús, si entrar a valorar el delito contra el patrimonio. Si los datos que manejo son correctos, 1.700 millones de habitantes de este mundo somos cristianos, es decir creemos en ese Niño. Cifra que se alza en clara superioridad por encima de los 1.100 millones de musulmanes que existen en el planeta, los 800 millones de hindúes o los 350 millones de budistas. Sin embargo, ese indeseable que atenta sin pudor alguno contra la principal figura, eje de la religión Cristiana, dudo que tenga los «cataplines» necesarios como para atentar con igual alegría contra algún símbolo de la religión musulmana, hindú o budista.

Imagino lo que habrá vacilado el gamberro de turno ante su «choni» del alma, al confesarle que él era el autor de tamaña hazaña. Lo que habrá fardado el imbécil de turno ante sus coleguillas del botellódromo, posiblemente mientras sacaba de su coche tuneado la ginebra de garrafón con que !divertirse! esa noche, mientras les explicaba los pormenores de la hazaña cometida en pleno centro de la ciudad. Lo que se habrá divertido el delincuente de las narices, que incluso me dicen que grabó la escena con el móvil, para mayor gloria de su fechoría, colgando posteriormente las imágenes en el 'Youtube' aunque, es justo decirlo, dudo de la autenticidad de tal información pues no hay manera de encontrar tales imágenes en el indicado portal de videos.

Y todo eso ¿para qué?, ¿qué sentido tiene este tipo de acción?, ¿qué placer existe en destrozar una imagen del Niño Jesús la noche antes de la cabalgata de los Reyes?, ¿qué gana el autor de la acción con dicha fechoría? ¿el reconocimiento entre sus colegas, la admiración de alguna novieta, la autocomplacencia de saberse capaz de efectuar este tipo de acción?...

Realmente me van a perdonar si confieso no saberlo. Mi mente de algo que tradicionalmente se ha venido llamando «buena persona», no me permite acertar a comprender que se gana con este tipo de acciones. Tan sólo espero que desde el Ayuntamiento se interponga la oportuna denuncia, que la Policía logre detener al culpable de tamaña acción, y que finalmente, la justicia aplique la mayor dureza contra este vándalo porque hay que ser mala persona, tener pocos sentimientos o ser, simplemente un sinvergüenza de aúpa para emprenderla contra la indefensa figura de una imagen de escayola, que tanto significado tiene para miles de millones de personas en todo el mundo.

Querido indeseable, cuenta desde hoy mismo con mi absoluto desprecio. Sólo espero, de todo corazón, que el pasado 6 de enero, bajo el árbol de su conciencia sólo le hayan dejado carbón negro.