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LA HOJA ROJA

DOCIENTOS AÑOS DE SOLEDAD

Estamos dispuestos a celebrar nuestro Bicentenario con la misma novelería que el coronel Aureliano Buendía ante el pelotón de fusilamiento en la novela de García Márquéz

YOLANDA VALLEJO
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A Aureliano Buendía -según dice García Márquez en 'Cien años de Soledad'- lo llevó su padre de la mano para ver el hielo como si fuera «el gran invento de nuestro tiempo». Bien es cierto que Macondo entonces era una aldea y el mundo era tan reciente que todo se antojaba una novedad a los ojos del pequeño de los Buendía. Sin embargo, nunca lo olvidó, o eso dice la novela, y siempre recordó cómo «el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo» al contacto del misterio. Al más chico de mis niños le ha gustado tanto, tantísimo, los chorritos musicales de San Juan de Dios que dudo que alguna vez se borre de su memoria histórica -¿sigue siendo histórica la memoria?- la primera vez que lo llevé de la mano para ver con asombro de qué color son las notas musicales en las fuentes de los chorritos.

No será el único niño asombrado, seguro, porque con la reforma -¿reforma?- de San Juan de Dios resulta que por primera vez en tres mil años de existencia, los gaditanos hemos descubierto el agua. Esto es lo que tenemos entre manos, conciertos de luz y agua con el 'Amor Brujo' y la marcha 'Cádiz', mientras los niños miran embobados los cambios de color. «Tienen fuego» decía alguno repitiendo casi las mismas palabras que murmuró el personaje de la novela del Nobel al contacto con el hielo: «está hirviendo».

Con poco se reconforta el ánimo de los que nada esperan. Atrapar la memoria en una foto digital es la causa de esa peregrinación absurda que cada tarde, a las cinco y a las ocho, nos conduce hacia las fuentes y nos hace olvidar que más allá, solo un poco más allá, la plaza del Ayuntamiento sigue convocando a diario los castings de 'Viridiana' -ya lo he dicho muchas veces, pero me encanta decirlo- en un marco incomparable, más que nada porque no hay con qué comparar tanta decadencia junta. Un antes y un después descarnado, una muestra de cómo somos y de cómo nos ven. Es un contraste fuerte, más aún cuando vuelva Moret, dicen por ahí, sí, el ayer y el mañana, la lejía que viene del futuro para limpiar todas tus manchas. A ver en qué queda la cosa.

Y eso que a mí, que me crié por allí entre los coches de caballo, las terrazas abarrotadas, el ocio y el negocio de lo prohibido, las marquesinas del autobús y la obra faraónica de Canalejas, me gusta cómo está quedando la plaza. No tiene nada que ver con lo que era, podría ser la plaza de cualquier ciudad de cualquier lugar del mundo, tiene la verja del muelle como límite insoslayable, es altamente sugerente y provocadora para el vándalo habitual, puede resultar un pelín cateta, no aporta estéticamente nada al entorno, no ganará ningún certamen de arquitectura moderna, pero aun así, me gusta.

Debe ser cosa de la novelería endémica que nos caracteriza y que, de cuando en cuando, nos evita más de un disgusto y más de alguna preocupación. Ya lo dice el DRAE, novelero es el amigo de ficciones y de cuentos, aquel que está siempre deseoso de novedades o que las esparce, el inconstante y variable en su modo de proceder, la 'donna e mobile', para entendernos, en pocas palabras, una definición del gaditano.

Porque tendremos el cenizo encima, no lo dudo, y la miseria abajo, pero a noveleros no hay quien nos gane. Recuerde que hace cien años estaba la playa igual que una feria porque habían aparecido 'Los duros antiguos' y se juntaba la gente en la orillita del mar, -¡Válgame San Cleto, lo que es la miseria!- como ahora, con los chorritos musicales, no hemos cambiado tanto. Y quizá esa novelería, ese ansia de probarlo todo, de ser la novia en la boda y el muerto en el entierro, esa capacidad de adaptarnos a todo lo que venga, sea la que nos mantiene a flote. Para muestra, el botón que quiera. Usted mismo, aún no ha terminado el roscón de Reyes ni ha quitado el belén, pero ya sabe que pasado mañana estará haciendo cola para las preliminares del concurso del Falla y que el fin de semana que viene el espumillón se habrá transformado en serpentina como cada año, sin metamorfosis, pero de la manera más kafkiana posible.

Por eso no nos alteran las rebajas porque vivimos en la permanente rebaja, de todo -ya vio la cabalgata de Reyes ¿no?, y vio que los «tradicionales» fuegos artificiales no lo eran tanto- ni nos alteran la cuesta de enero, ni las obras interminables -ninguna estará para la fecha prevista, ya lo sabíamos, pero disimulábamos- y aquí seguimos preguntándonos asombrados cómo hemos llegado a este abismo de desamparo, preparados para ver el diamante más grande del mundo en un simple pedazo de hielo y aquí estamos, dispuestos a celebrar nuestro Bicentenario, nuestros doscientos años de soledad con la misma novelería con la que el coronel Aureliano Buendía era capaz de recordar cuál había sido el gran invento de su tiempo aun cuando estaba frente al pelotón de fusilamiento. Es lo que tiene la realidad, que siempre, siempre, supera a la ficción.