Editorial

Subidas en el peor momento

El Gobierno está obligado a acertar ante una situación que no admite más recambios

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También este año, que arranca aterido por la recesión y los recortes, experimenta las consabidas subidas de precios en los servicios públicos y en otros costes sujetos a tarificación. Y esta vez, los ciudadanos consumidores seremos víctimas de la superposición de varios efectos que actúan en contra nuestra: las subidas habituales que se realizan conforme el IPC -2,4% es el IPC adelantado de diciembre-, las que se deben al gran ajuste decretado por el Gobierno -por ejemplo, las que resultarán de la eliminación de la bonificación del gasóleo profesional- y una generalizada reducción del poder adquisitivo por la subida del IRPF y del IBI, que será especialmente dolorosa en el caso de los empleados públicos que han visto ya congelado su salario para 2011, con la amenaza latente de un nuevo recorte como el de 2010 en los Presupuestos Generales del Estado que habrán de quedar aprobados antes del 31 de marzo. En esta ocasión, las alzas de precios recaen sobre un cuerpo social ya muy golpeado por la crisis. Llueve, en definitiva, sobre mojado. Esta vez, sin embargo, las subidas no llegan simultáneamente, lo que tiene ventajas e inconvenientes. La luz, por ejemplo, no sube de momento porque el Gobierno quiere aterrizar antes de evaluar el déficit tarifario y las sentencias del Tribunal Supremo que le obligan a ser consecuente con la elevada deuda acreedora de las eléctricas. En otros casos, como el transporte urbano de ciudades como Madrid, las subidas ya llegaron hace meses o semanas, de la mano de la necesidad imperiosa de recaudar. Finalmente, el azar parece ser el causante de otras desventuras cuya causa es un misterio para las víctimas: quienes tengan una hipoteca a interés variable y hayan de proceder ahora a la revisión anual, tendrán que incrementar sensiblemente la cuota, al contrario de que los que se sometan a una revisión semestral. La coyuntura es negra por cuarto año consecutivo, y la sociedad mira al nuevo Gobierno con la mirada vidriosa de quien ya experimenta la última esperanza antes de la decepción postrera e irrevocable. El flamante Ejecutivo tiene esta vez que acertar porque ni hay recambio, ni este país puede soportar muchos más contratiempos sin esfumarse a jirones su futuro.