UN VÓMITO POR LA PAZ
Actualizado:El problema de los revolucionarios de ahora es que incumplen el precepto de que la tierra es para el que la trabaja. A más de tres millones asciende el número de desplazados por la violencia de la guerrilla de la FARC, sin contar con aquellos, también expulsados pero al más allá por su fanatismo redentor. El integrismo no pertenece en exclusiva al islam sino a todo aquel dispuesto a imponer su santa voluntad so pena de caer en la herejía o ser considerado reo de muerte. En la cultura latinoamericana la muerte no es un destino trágico, sino una forma de liberación. Mientras en las orientales el fiambre va al bollo mientras el vivo agoniza y se retuerce en el infierno de su calamidad terrenal.
Lo que las autoridades colombianas pretenden con este proceso de devolución de tierras y reparación de las víctimas del terrorismo es iniciar la sutura de la guerra civil, anticiparse, llegado el caso de la paz o la victoria. Estar preparados para abordar el armisticio, sin vencedores, o con vencidos. No quiere decir que el conflicto vaya a resolverse en poco tiempo, pero sí es un síntoma de fortaleza del Estado de derecho y apunta a un deterioro estratégico de las FARC tan importante que las autoridades creen que caerán como fruta madura.
Está bien que el camino se inicie con un esfuerzo por el entendimiento y la reconciliación. Vuela bajo que en el suelo está la virtud. No sólo se trata de quemar etapas, sino de hacer de flautista de Hamelin y recoger la cosecha de almas dubitativas o desconcertadas, en lo que parece el principio del final. Acabada la leyenda de sus cabecillas, amortajados por la democracia y la fuerza telúrica de la CIA.
Ha sido tal la fractura social, tan sádica la represión y tan brutal la insurgencia, que Colombia es un nido de almas atormentadas. Volver al camino de la sensatez requiere su tiempo. Aunque no hay duda, no solo se ha cortocircuitado la siniestra actividad de la guerrilla, sino socavado el sustento patriótico de sus bases populares, cuando el enfrentamiento se decanta a favor del Ejecutivo, que atina a asociar revolución con terror. Para ello ha sido crucial el apagón informativo, la conversión de sus hazañas en actividades cuatreras y el enaltecimiento de la privación de libertad como inocencia cercenada.
Betancourt inicia ese proceso de beatificación de los secuestrados con su prueba de vida después de cinco años de cautiverio. Le escribe a su 'mamita' una carta que el Gobierno arrebata a tres guerrilleros detenidos junto a unas fotografías en las que se observa a la ex candidata presidencial demacrada y triste: «La vida es un desperdicio lúgubre de tiempo, cubierta con un mosquitero y una carpa encima (...). Aquí nada es propio, nada dura. Estoy débil, friolenta, parezco un gato acercándose al agua (...). La felicidad es triste. El amor alivia y abre heridas nuevas. Es vivir y morir de nuevo (...). Mientras siga viva, tengo que seguir albergando la esperanza».
Un grupo francés de élite recobró para 'la grandeur' a una de sus hijas y su liberación dio paso a la alborada de la reconquista. Ahora, el régimen paga con la ley de reparación a las víctimas sus propias arbitrariedades y torturas, los secuestros de inocentes, la financiación subterránea de grupos paramilitares. La guerra sucia, en suma.
Por la paz, un vómito, más que un Avemaría.