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El corredor de fondo

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Si alguien representa mejor que nadie al 1% contra el que protestan los indignados de Occupy Wall Street es Mitt Romney, de 64 años. El hijo menor de un ejecutivo de la industria automovilística de Detroit que llegó a gobernador de Michigan y a ministro de Urbanismo con Nixon recibió como primer nombre Willard por el magnate hotelero J. Willard Marriott, íntimo amigo de su padre. Después de estudiar Derecho y Negocios en Standford y Harvard, además de cumplir en Francia con la tradición misionera de los mormones, hizo carrera en el mundo corporativo gracias a su talento para comprar empresas en apuros, despedir empleados, reducir gastos y aligerar los planes de pensiones, para luego descuartizarlas y venderlas al mejor postor.

Con una fortuna así, estimada entre 145 y 190 millones de euros, no es de extrañar que la apuesta espontánea que le hizo a Rick Perry en un debate televisivo fuera de 10.000 dólares (7.700 euros) si le desmostraba contradicciones en su libro, lo que afianzó la imagen de cuán desconectado está de la mayor parte de los votantes. Un error afortunado para la organización progresista Americans United for Change, que acababa de indentificarle en una campaña con Gordon Gekko, el personaje de Michael Douglas en la película Wall Street, de Oliver Stone, que viene a ser un símbolo de la avaricia corporativa.

Al exgobernador de Massachusetts no parecen importarle esas acusaciones pero pierde los nervios cuando alguien le acusa de cambiar posiciones según el votante que busque, porque sabe que eso es lo que más daño le puede hacer. Es difícil ganar en un estado liberal como Massachusetts para luego presentarse a presidente en momentos de extremismo conservador sin cambiar de posiciones. Su gran lastre es el modelo de seguro médico que impuso como gobernador en colaboración con el ya difunto senador Ted Kennedy. Barack Obama se inspiró en él para la reforma sanitaria que tanto odian los republicanos y que todos los candidatos, incluyendo Romney, prometen anular.

Su estrategia ha sido la de un corredor de fondo, apegarse estrictamente a un guion muy calculado, repetir las frases que le marcan sus consejeros y esperar que sus rivales cometan errores. Eso le ha permitido una sólida trayectoria de favorito que siempre está amenazada de cerca por algún otro candidato, porque Romney no convence a los republicanos, ni los evangélicos soportan la idea de un presidente mormón, pero les ofrece 43 años de matrimonio sin escándalos ni infidelidades. Si finalmente le eligen como rival de Obama la prensa anticipa una de las campañas más aburridas que se recuerdan.