Batalla en Iowa
Los aspirantes a la nominación republicana tratan de arrancar los últimos votos en unos caucus imprevisibles
MADRID Actualizado: GuardarUn pequeño estado del centro-oeste, de abrumadora mayoría blanca y con una fuerte presencia de descendientes de alemanes concita estos días las miradas en Estados Unidos. Iowa marca el auténtico punto de partida de la carrera electoral en el país de las barras y las estrellas. Tras meses engrasando la maquinaria, recaudando fondos y cortejando a los capitostes del partido, los aspirantes a la nominación republicana para luchar por la Casa Blanca se enfrentan a su primera cita con los electores. Los caucus de Iowa representan una auténtica prueba de fuego para los siete candidatos que aún se mantienen en liza, después de que el empresario Herman Cain se viese obligado a abandonar la pugna a causa de un reguero de escándalos sexuales y no pocas meteduras de pata.
Es el único 'cadáver' que arroja, por ahora, la sorprendente guerra de trincheras en que se ha convertido la batalla entre quienes aspiran a desalojar a Barack Obama del Despacho Oval. Eso es lo único que tienen en común los seis hombres y la mujer que resisten en medio de un constante fuego cruzado que aún no ha herido mortalmente las aspiraciones de ninguno de ellos, si bien mientras algunos disponen de tecnología bélica puntera, otros se parapetan tras los sacos terreros de una encendida retórica y disparan con rifles propios de la Guerra de Secesión.
Entre los primeros se encuentran Mitt Romney, exgobernador de Massachussets; Newt Gingrich, antiguo líder de la Cámara de Representantes; y Ron Paul, un veterano congresista ultraliberal de Texas que se ha convertido en la estrella ascendente de los últimos días. Algo que, de una u otra forma, han sido todos los candidatos desde que empezasen a disparar sus cañones. Con la salvedad de Rick Satorum, exsenador de Pensilvania, y Jon Huntsman, exgobernador de Utah, no ha habido postulante que no haya encabezado los sondeos en una u otra ocasión.
Aunque sus opciones parecen ahora remotas, la congresista Michele Bachmann fue el centro de atención cuando en agosto se impuso en una pequeña votación que servía de termómetro sobre la popularidad de los candidatos precisamente en el estado que ahora podría dejar a alguno fuera del teatro de operaciones. También Rick Perry ha perdido casi toda la energía con la que irrumpió en la campaña. El gobernador de Texas pretendía exhibir sus credenciales como impecable gestor económico unidas a una imagen de 'tipo duro' al estilo de George W. Bush con el fin de atraerse a unas bases cada vez más conservadoras. Pero los debates han sido su cruz. Incapaz de recordar el nombre de uno de los tres departamentos gubernamentales con los que pretendía acabar, ahora gran parte del electorado le percibe como un político poco preparado para las enormes responsabilidades del cargo al que opta.
Bachmann, Perry, Santorum y Huntsman componen el grupo de postulantes cuya polvora está mojada. Pero darles por eliminados, al menos a los dos primeros, suena a precipitado. Más que nada porque si algo han demostrado estos meses es que el resultado de la lucha por liderar al Partido Republicano es absolutamente impredecible.
Hándicaps
Real Clear Politics, la página que elabora una media diaria de las principales encuestas, colocaba esta semana a Ron Paul a la cabeza de los sondeos en Iowa, seguido a corta distancia por Mitt Romney. Algo más lejos se situaba Newt Gingrich, cuya resurrección política no tiene parangón desde los tiempos de Nixon. Azote de Bill Clinton, autor del conservador 'Contrato con América' y cruzado de los valores familiares, salió perdedor del duelo librado con el 42º presidente de Estados Unidos. Su estrella parecía definitivamente apagada. Él, tan moralista en público, llevaba una vida privada que para nada casaba con sus admoniciones a los ciudadanos. Aguerrido defensor de la familia, le pidió el divorcio a su primera esposa mientras esta se recuperaba de un cáncer. Le fue infiel a su segunda mujer, de la que se separó poco después de que a esta le diagnosticasen esclerosis múltiple. Entre sus amantes se contaba para entonces una becaria, un nuevo punto de conexión con el, para él, libertino Clinton, si bien en su descargo hay que decir que la llevó hasta el altar. Ella, Callista Bisek, de 45 años, 17 menos que Gingrich, es la razón de que el político, anteriormente luterano, abrazase hace unos años la fe católica, y es una de las armas a las que trata de recurrir un hombre cuya vulnerabilidad se acentúa cada vez que un periodista escarba en su vida personal.
El problema de Ron Paul es el extremismo de sus propuestas. Partidario de un gobierno federal reducido al mínimo, de la vuelta al patrón oro, de la desaparición de cualquier impuesto sobre la renta y de una libertad de mercado sin cortapisas de ninguna clase, en los ochenta tuvo que refugiarse en el Partido Libertario para aspirar, obviamente sin ninguna opción, a la Casa Blanca. Por entonces, sus bravatas apenas hallaban eco en los medios ultraconservadores. Ahora la cosa es distinta. Muchos le consideran el 'padre espiritual' del 'Tea Party', un movimiento que, tras la renuncia de Sarah Palin, la debilidad de Michele Bachmann y la caída en desgracia de Herman Cain, se ha visto obligado a depositar en él todas sus esperanzas de conquistar la cima del poder en Washington. De ser escogido, la radicalidad del aspirante republicano no tendría precedentes. Ni siquiera Barry Goldwater, el senador que se midió a Lyndon Johnson en 1964, fue tan lejos. Para frenar a este licenciado en Medicina, sus adversarios no están buceando en su vida personal sino tirando de comentarios cargados de prejuicios contra judíos, homosexuales y negros vertidos a lo largo de los años ochenta y noventa.
Romney, por su parte, espera el descalabro tanto de Gingrich como de Paul para convertirse por fin en lo que considera inevitable desde hace tiempo: el rival de Obama en la presidenciales. Empresario de éxito, con un impecable currículum académico y un sólido matrimonio que ha mantenido durante las últimas cuatro décadas y fruto del cual nacieron cinco hijos, parece el hombre perfecto. Telegénico, buen orador, con unas arcas llenas de dinero… Aparentemente reúne todas las condiciones para derribar a un presidente cuya popularidad se ha reducido alarmantemente y unos electores que no ven claros sus planes para sacar adelante al país.
Pero sus correligionarios se resisten a echarse en los brazos de Romney. Ya le dieron la espalda en 2008, prefiriendo a John McCain. Y podrían volver a hacerlo ahora. Uno de sus hándicaps es la religión. Romney es mormón, algo que parece seguir siendo anatema. Según reveló una encuesta realizada hace algunos meses, la desconfianza de los estadounidenses hacia esta religión es tal que hasta aceptarían de mayor grado a un presidente musulmán. El otro gran problema de Romney son sus convicciones. En 2008, sus posiciones en cuestiones sociales alarmaron a muchos conservadores, que dudaban de que se tratase de uno de los suyos. Ahora Romney ha matizado o radicalmente cambiado algunas de sus posturas, dando pie a quienes le acusan de hipócrita. El 'Tea Party' tiene en su diana la reforma sanitaria de Obama, la cual presenta numerosos puntos en común con la que precisamente Romney impulsó en Massachussets cuando era gobernador de ese estado. Convencerles de que olviden eso se antoja una empresa poco menos que imposible. Pero visto como está el patio, nada sorprendería ya en esta imprevisible lucha.