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La victoria aplastante en el Eurobasket, la quinta Copa Davis o el asombro universal que despierta el Barça certifican que el deporte español sigue arrasando en el juego de equipo La orquesta de Xavi y el poder de Pau

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Cuando las generaciones futuras enumeren los grandes momentos de la historia del fútbol, los viejos aficionados tirarán de memoria y de videoteca para referirse a 'La Maquinita' del River Plate, al Madrid de las cinco Copas de Europa, al Brasil del setenta, a la Holanda de Cruyff... Pero toda esta gloriosa lista quedará coja si no se añade al Barcelona de 2011. Alguna vez la magia de Guardiola se acabará y solo entonces podremos admirar sin mezquindades partidistas ese fútbol de tracería, ese juego de geometrías variables e infinitas, esa madeja confusa y admirable que Xavi, Iniesta y Messi tejen y destejen continuamente mientras sus rivales corren, pegan patadas, resoplan o se quedan quietos, aburridos, casi hipnotizados, muertos de cansancio y de admiración. «Hoy hemos aprendido a jugar al fútbol», musitó Neymar, la nueva perla brasileña, después de que el Barcelona hubiera devorado a su equipo, el Santos (4-0), en la final del Mundial de Clubes. La Liga, la Champions League y la vieja Intercontinental han vuelto a consagrar a un equipo que jamás parece flaquear o desmotivarse.

El dominio aplastante del Barcelona en el fútbol mundial apenas tuvo parangón en el año 2011: quizá solo se le pueda comparar el poderío absoluto que demostró la selección española de baloncesto en el Eurobasket de Lituania. Con Pau Gasol como ariete y un puñado de jugadores efervescentes (Juan Carlos Navarro, Marc Gasol, José Calderón), la Roja fue afinando su colosal mecanismo hasta completar un torneo plácido, abrochado con una imponente victoria contra la Francia de Tony Parker (98-85). La medalla sirvió para enjugar la agria temporada de Pau con los Lakers, del mismo modo que la brillante consecución de la Copa Davis en Sevilla ofreció a Rafa Nadal un dulce trago final para un curso extraño: ganó otra vez en Roland Garros, pero debió entregar el número uno del tenis mundial a Novak Djokovic. La raqueta serbia fue uno de los grandes apellidos de 2011, como Cadel Evans, que a los 34 años por fin consiguió su anhelado Tour; Sebastian Vettel, que ya ha sumado su segundo título mundial de Fórmula Uno; y Marco Simoncelli, el talentoso e irreverente motociclista italiano que encontró la muerte en el circuito malayo de Sepang.