Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Sociedad

Las instituciones se han teñido este año de 'azul popular', mientras la calle despertaba de su largo sueño para reclamar cambios profundos en este país con cinco millones de parados Indignados por partida doble

BORJA OLAIZOLA
Actualizado:

Los fantasmas corren que se las pelan y además no se cansan. Los muchos que se han paseado por España en el último año han vuelto a demostrar lo equivocado que estaba Fukuyama cuando pronosticó en 1992 el fin de la historia y la defunción de las ideologías ajenas al pensamiento neoliberal. Que les pregunten a los miles de jóvenes que tomaron las calles de las principales ciudades en vísperas de las municipales del 22 de mayo si, como vaticinaba el pensador estadounidense, estamos condenados a vivir dando vueltas al obelisco del pensamiento único. El Movimiento de los Indignados descolocó a la clase política y catalizó el profundo malestar de amplios sectores juveniles con un sistema democrático que se ha revelado incapaz de satisfacer sus legítimas expectativas, especialmente en lo laboral.

Pero la indignación no es patrimonio exclusivo de los jóvenes. La generada por el enriquecimiento supuestamente irregular de Iñaki Urdangarin ha llegado hasta lo más profundo de la sociedad española y ha puesto por primera vez contra las cuerdas a la Familia Real, que ha reaccionado con un compromiso de transparencia sobre sus finanzas que puede ser insuficiente para frenar el daño causado. Mientras el fantasma de la indignación -en cualquiera de sus variables- se hacía fuerte en la plaza, otro se despedía de ella por la puerta de atrás: ETA, la mayor pesadilla de la democracia española, certificaba su adiós a las armas. Atrás quedan medio siglo de terror y casi un millar de víctimas mortales que garantizan a la banda un lugar preferente en el museo de la infamia de la mano de atrocidades como el bombardeo de Gernika.

El final del terrorismo etarra no proporcionó réditos electorales a uno de sus principales artífices, el PSOE, que se desmoronó primero en las municipales del 22-M y luego en las generales del 20-N por la crisis. El naufragio socialista dejó en manos del PP la práctica totalidad del mapa territorial y propició la mayoría absoluta de Mariano Rajoy. Ni siquiera las sospechas de corrupción en la Generalitat valenciana, que forzaron la dimisión del presidente Camps, frenaron el año triunfal de los populares, cuyo camarote no tardará mucho en poblarse -y este pronóstico tiene más visos de cumplirse que el de Fukuyama- de todo tipo de fantasmas.