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Sociedad

El final de las certezasUn reguero de protestas populares ha revolucionado el mundo árabe mientras, en Japón, el terremoto de marzo ponía en cuestión la seguridad nuclear

GERARDO ELORRIAGA
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El año que finaliza ha derribado magníficos bustos y certezas que no solíamos cuestionar. Mohamed Boauzizi, un humilde vendedor ambulante, nos reveló las insospechadas dimensiones de esa nueva incertidumbre. El 4 de enero, este joven tunecino moría por las quemaduras que se produjo días antes al inmolarse por unas míseras condiciones de vida. Su pira ha incendiado varios regímenes opresivos de larga tradición y la convicción de que en el mundo árabe todo estaba atado y bien atado. En sucesivas revueltas populares, han caído los dictadores Zine El Abidine Ben Alí, Hosni Mubarak y Muamar al Gadafi. El primero huyó subrepticiamente de su país, epicentro del terremoto político, el rais egipcio permanece pendiente de juicio y el último, el libio aspirante a líder de masas africanas, fue asesinado por las turbas. La convulsión que ha agitado el norte de África se ha extendido al Próximo Oriente y la península arábiga. La contestación en Siria ya acumula miles de muertos y aumenta la zozobra ante el futuro de la región.

La sucesión de inesperados quebrantos políticos también ha afectado a importantes figuras occidentales. La crisis económica y el descrédito ante la acumulación de cargos por corrupción se llevaron por delante al presidente italiano Silvio Berlusconi. La sombra de un ataque sexual acabó con la fulgurante carrera política de Dominique Strauss-Kahn cuando se disponía a cambiar la dirección del Fondo Monetario Internacional por la candidatura socialista al Palacio del Elíseo. El soldado Bradley Manning dinamitó la aparente invulnerabilidad de la diplomacia estadounidense cediendo miles de documentos secretos a la organización Wikileaks.

El tsunami nipón fue aún más perturbador. La ancestral eficacia japonesa quedó en entredicho tras comprobarse que el maremoto había superado las defensas de la central nuclear de Fukushima. Tampoco el paraíso social escandinavo y la flema británica han quedado a salvo del desprestigio. El atentado de Anders Breivik Behring y los disturbios de Londres han demostrado que la violencia más irracional no perdona a los países más opulentos y civilizados. Ni siquiera los fantasmas se han librado de esta fuerza iconoclasta que ha barrido el mundo a lo largo del 2011. El invisible Osama Bin Laden fue localizado en carne y hueso en su refugio pakistaní y eliminado. Ratko Mladic también volvió al mundo de los vivos pendientes de juicio en el Tribunal Internacional de la Haya. El escándalo del magnate de la prensa Rupert Murdoch reveló que incluso el cuarto poder ha de sentarse en el banquillo si recurre a escuchas ilegales para obtener información.

Este año tan convulso tampoco ha podido con una realidad tan enquistada como el caos y las carencias de la población somalí, sometida a una hambruna con el marchamo oficial de Naciones Unidas.