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LA HOJA ROJA

BIENVENIDO MR. DOCE

El año que acaba, el que se atrevió a hacer bueno al aciago 2010, se va por la puerta grande dejando un reguero de malas noticias

YOLANDA VALLEJO
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Pocos años como éste que hoy por fin se nos acaba podrán presumir de llevar en su epitafio con letras doradas, el título preliminar de la ley de Murphy, ya saben, eso tan rematadamente asqueroso como cierto de que «no hay situación que no pueda empeorar». Porque si echamos la vista atrás -no mucho, que da como mareo- podemos comprobar con algo de amargura que si malo fue enero, peor fue febrero, y mucho peor marzo, y abril, y mayo. y sigan, sigan, y no hagan mucha memoria que no hay nada peor que un recuerdo atragantado a la hora de las uvas.

El año que acaba, el que se atrevió a hacer bueno al aciago 2010, se va por la puerta grande dejando un reguero de malas noticias, de catástrofes, de descalabros, de incertidumbres y de malos presagios para lo que nos queda por delante. Jubilación obligatoria a una edad en la que no está uno para mucho júbilo, sueldos congelados, un paro subiendo tanto como la prima de riesgo -con la que todos nos hemos emparentado-, recortes en educación y sanidad, una productividad siempre cuestionada por la amiga Merkel y su primo -sin riesgo, de momento- Sarkozy, puentes que se acaban -no, no es el de la Pepa, no se hagan ilusiones-, el fantasma de la privatización rondando por las administraciones. Un año lleno de indignación, recuerden, Egipto, Grecia -esos, además de indignados, arruinados-, Inglaterra, Irlanda, Italia, Portugal, España, un mundo lleno de indignados que hablaban el mismo idioma, sí, pero que nadie entendía. Ni siquiera los entendía la tierra que pisaban, y eso que la tierra también ha estado indignada, tanto que hasta hizo un plante en marzo y desplazó su eje quince centímetros, dejándonos a todo un poco «más p'allá que p'acá» ¿a que ya no se acordaban del terremoto de Japón, ni de su tsunami, ni del desastre nuclear, ni del seísmo de China, ni de las inundaciones de Brasil, ni de las grandes nevadas de Estados Unidos? Claro que no, porque también nuestro suelo se tambaleó todo lo que quiso. Lorca, El Hierro. la Tierra vomitando su indignación, como todos.

Ha sido un annus horribilis de los que solía tener la Reina de Inglaterra mucho antes de que casara a su nieto mayor con Kate Middelton y olvidáramos viendo bodas -recuerden, la boda de opereta de Mónaco y la boda de esperpento de la duquesa- por unos instantes que todos los cuentos de hadas son sólo eso, cuentos. Cuentos como el de la Lechera -ya saben, hay cosas que me pueden- o el de Pedro y el Lobo en el que nos dieron este año el papel estelar de ovejas. Un fastidio, nadie nos contó que en la última escena venía el lobo, de verdad. Así nos sorprendió el año político, primero Portugal, luego Italia, Grecia y por fin nosotros, las ovejas merinas o las churras, como quieran. Elecciones anticipadas y todas las velas puestas al mismo Santo, creyendo ciega e ingenuamente en que si echábamos a Zapatero volverían a florecer los billetes en los bancos y en las carteras. Otro cuento para la antología.

Un año en el que cayeron para siempre Bin Laden, Gadafi y Kim Jong Ilo -el que cambió el tiempo después de muerto y sin permiso de Al Gore- sin que el mundo se despeinara. Un año en el que ETA anunció el fin de las armas cuando ya había venido el lobo y nos había comido -como para creerlo, otra vez-. Un año en el que el Papa vino a España y movilizó a millones de jóvenes sin que se movieran -ni en un sentido, ni en otro- los cimientos de este país. Un año en el que un majarón destrozó las vidas de casi cien jóvenes disfrazado de policía. Un año en el que la mujer del César no sólo no fue buena sino que no tuvo el más mínimo interés en parecerlo. Un año en el que la hambruna del cuerno de África se volvió de repente más cercana, más cotidiana, un año en el que empezamos a creernos que lo malo siempre estaba por venir.

Un año para olvidar, en pocas palabras. O para recordar siempre, por aquello de las barbas del vecino que decía el refrán. Todo lo que puede salir mal, saldrá mal, decía la disposición primera de la Ley de Murphy, y en eso estamos. Sabiendo que la tostada siempre se caerá por el lado de la mantequilla, que toda solución sólo genera más problemas y que la naturaleza siempre está de parte de los otros. Qué le vamos a hacer. Nos ha costado, pero al final nos hemos mentalizado.

Y en estas estábamos cuando nos ha cogido el Doce casi por sorpresa. Y dijo entonces el presidente del Gobierno la palabra mágica «Bicentenario», y se encendieron todas las bombillas, y se dispararon todas las alarmas y por lo menos, dicen que tendremos un motivo para brindar esta noche.

Pase, pase, la puerta sólo está entornada, empújela. La teníamos medio cerrada porque ya casi que ni le esperábamos. Pero pase, por favor, deje su equipaje por donde pueda, nos ha cogido con la casa patas arriba, ya le digo, creíamos que no vendría. Pero, bueno, ya que está aquí, póngase cómodo, tome algo, coja fuerzas que le quedan -y nos quedan- trescientos sesenta y cinco días por delante. No, no se vaya, siéntese aquí, siéntase aquí, como en casa. Bienvenido, Mr. Doce.