El funeral de Kim Jong-Il augura una transición tranquila y continuismo
Se cumple el guión previsto y se confirma en el poder al equipo formado por Kim Jong-Un, Jang Song-Thaek y la cúpula militar
SHANGHÁI. Actualizado: GuardarHasta el cielo lloró ayer la muerte de Kim Jong-Il. La copiosa nieve que cayó en la capital norcoreana, Pyongyang, retrasó las exequias del dictador cuatro horas, pero creó la tupida alfombra blanca sobre la que desfiló la comitiva fúnebre que recorrió la ciudad. Tras un gigantesco retrato sonriente del segundo dictador del país, una caravana de antiguos automóviles de lujo negros -algunos fabricados en la 'archienemiga' Estados Unidos, otros de la marca Mercedes- escoltó el cadáver, colocado sobre un colchón de flores blancas en el techo de uno de los vehículos.
Tal y como se esperaba, al frente caminó -en el costado derecho del coche fúnebre- el hijo y heredero del trono comunista, Kim Jong-Un, seguido por su tío y mentor Jang Song-Thaek. Les siguieron otros pesos pesados del régimen, que duplican ampliamente la edad del Gran Sucesor: Kim Ki-Nam y Choi Tae-Bok, miembros del Politburó; y, en el lado izquierdo, generales de la plana mayor del Ejército y el ministro de Defensa.
Ninguna cara es nueva. Se confirma, por lo tanto, una transición sin sobresaltos y la continuidad, por el momento, del rumbo marcado por el dictador fallecido. Los grandes ausentes fueron los otros dos hijos varones del Querido Líder. Del primogénito, Kim Jong-Nam, solamente se supo que estaba en Pekín bajo la protección de las autoridades chinas, y del segundo, Kim Jong-Chul, ni siquiera se conoce su paradero.
La niebla, el aire marcial de la guardia de honor, la música de corte militar, y los tonos grises con los que se vistió la mayoría de los 200.000 ciudadanos que lloraron al paso del cuerpo, convirtieron el funeral en una añeja película en blanco y negro, cuya monocromía rompían solo el rojo de las banderas y el verde oscuro de los uniformes, reminiscente de las exequias celebradas en 1994 en honor del padre de la patria, Kim Il-Sung.
En la plaza que lleva su nombre se dispararon las 24 salvas con las que se escenificó el final de una era que ha durado 17 años, y que ha estado marcada por el desarrollo del plan militar nuclear y por las esporádicas escaladas de tensión con Corea del Sur, cuyo apogeo se vivió en 2010 con el hundimiento de la fragata 'Cheonan', en la que perdieron la vida 40 militares surcoreanos, y el bombardeo de la isla de Yeonpyeong, en donde murieron otros cuatro ciudadanos de ese país.
Un desfile militar puso punto y seguido al duelo, que acabará hoy, décimo día de luto oficial. Las tres horas que la comitiva tardó ayer en recorrer los 40 kilómetros fueron televisadas únicamente por la cadena estatal KRT -en una retransmisión en directo que en realidad no lo fue-, ya que ningún medio extranjero obtuvo autorización para informar desde el lugar de la ceremonia.
Sin extranjeros
De hecho, ni siquiera se sabía cuándo comenzaría, y, finalmente, tampoco hubo representantes extranjeros entre las Autoridades, porque las dos delegaciones surcoreanas que habían obtenido permiso para presentar sus respetos regresaron el martes a Seúl.
Allí, el funeral se siguió con una mezcla de indiferencia y excitación. La mayoría de los surcoreanos sintonizaron con las imágenes que comenzaron a llegar desde Pyongyang hacia las dos de la tarde, pero pocos se sorprendieron con el espectáculo. «Es lo mismo que vivimos en 1994. Parece que ni siquiera han cambiado los vehículos, y hasta el retrato de Kim Jong-Il es una copia del de su padre. Ya hemos visto esta película», ironizaba ayer en declaraciones a este periódico Youseon Gan, una profesora universitaria de la capital.
Pero no todos se lo tomaron a broma. Hubo quienes quisieron rendir tributo al difunto Kim en el centro de la capital surcoreana, provocando airados enfrentamientos que llegaron a las manos, mientras que, en la frontera con el norte, hasta cincuenta desertores norcoreanos utilizaron globos para hacer llegar hasta el territorio comunista propaganda en contra del régimen de Pyongyang. En los folletos animaban a sus compatriotas a levantarse contra la dinastía de los Kim. «Al igual que una ola de libertad ha barrido el mundo árabe, creemos que es hora de que nuestro pueblo exija democracia», comentó Park Sang-hak, director de la organización Luchadores por una Corea del Norte Libre, a la agencia Yonhap.
En la frontera septentrional del país, la situación fue muy diferente. Los pocos norcoreanos que quedaban en la ciudad china de Dandong compraron flores y siguieron la retransmisión por la cadena estatal CCTV, que dedicó un amplio despliegue al funeral. Los tertulianos chinos alabaron la figura de Kim Jong-Il y auguraron una nueva etapa en la que se llevarán a cabo importantes reformas económicas, por el camino que abrió China con la apertura que diseñó Deng Xiaoping en la década de 1980, «para construir un país fuerte».