Norcorea: escenografía y política
MADRIDActualizado:Desde hace años, los coreanólogos, que los hay, han buscado afanosamente, y aparentemente encontrado, razones de naturaleza cultural y herramientas casi antropológicas para explicar lo casi inexplicable: la existencia en el norte de la península de un régimen paleo-comunista enraizado en tradiciones nacionales de valor histórico.
Hoy, cuando se entierra en Pyongyang al segundo de los jefes del gran invento político-institucional, se entroniza también al tercero. El difunto, Kim Yong-il, que murió hace once días, era ni más ni menos que el hijo del fundador del régimen, Kim Il-sung y había escogido a su tercer hijo, Kim Yong-un, como su sucesor.
Se llame como se quiera, esto es una dinastía, un sistema familiar que reclama explicaciones más prosaicas que las de la escenografía oficial, preocupada por mostrar la lealtad de las masas al orden constituido. Y remite a claves prosaicas más allá de la muchedumbre afligida incluso desde los parámetros de esa especie de doctrina autóctona, el juche (algo así como la confianza en las propias fuerzas) que mezclada con el marxismo de viejo cuño es la sustancia del régimen.
De puertas adentro
Todo empezó, en esta fase, cuando hace más de dos años la mala salud de Kim Yong-il aconsejó designar un sucesor. El elegido fue, en cierto modo contra pronóstico, su tercer hijo, Kim Yong-un, un veinteañero a quien se designó gran sucesor. Entonces ya se dijo que, en realidad, un consejo familiar había decidido tras sopesar las cualidades personales del interesado, conocido como poco interesado en asuntos públicos, viajero y con gustos poco edificantes desde la óptica del sacrificio social.
Pero también otras cosas, empezando por la cantidad de lealtades personales y seguridades de fondo que su designación podría aportar a la élite del régimen que es, sobre todo y antes que nada, la cúpula militar, que administra oficialmente alrededor de la cuarta parte del presupuesto nacional y es, y de lejos, la fuente de poder más importante del país.
El hombre clave allí es desde hace tres años el general Ri Yong-ho, nombrado vicemariscal y jefe del Estado Mayor en 2009 y hombre fuerte del partido único no por su condición de miembro del Politburó, sino como vicepresidente de su Comisión Militar. En esto, como en otras cosas, ha funcionado el modelo chino: el líder político es jefe de dicha comisión militar, como dejó bien claro Deng Hsiao-ping en Pekín, y su sucesor designado, su vicepresidente.
Los entrebastidores
La lealtad de este hombre a la familia imperial, si vale decirlo así, parece asegurada por quien, según se ha escrito a menudo, ha manejado los hilos entre bastidores en los últimos años, los del declive de Kim Yong-il, Yang Song-thaek su cuñado en cuanto que casado con su hermana y, por tanto, con una hija del venerado fundador del régimen, Kim Il-sung, elevado a presidente eterno a su muerte (lo que impide formalmente ser “presidente” a sus sucesores, designados como inspirados o queridos líderes).
Esta relación de parentesco es la que provee el genuino pedigrí político, la condición de presidenciable en las deliberaciones del serrallo familiar, que se atiene muy disciplinadamente a lo que el fundador dejó establecido: una obsesión por la seguridad nacional alimentada con una tonalidad nacionalista y resistencialista que ha creado un numantinismo expresado en unas fuerzas armadas enormes y un equipo militar gigantesco, aunque anticuado y poco disuasorio.
Todo indica, por lo visto hasta hoy, que el mecanismo ha funcionado de nuevo y creado una nueva fase de la maquinaria engrasada que lo sirve. Quedan dos escenarios por depurar y que habrá que seguir: a) qué hacer con el programa atómico en su dimensión política, es decir como una baza negociadora de política exterior y de seguridad regional; b) qué sucederá con la elección presidencial del próximo año en el Sur, donde un eventual cambio de administración podría retomar la política del diálogo.
De buen augurio es que el nuevo líder recibió en seguida a las dos figuras sureñas de peso que acudieron a dar el pésame: la presidenta del gigante industrial Hyundai, Jun Yung-eun y, mucho más sensible, Li Hi-ho, la viuda del llorado presidente del Sur Kim Dae-yung (1998-2003) premio Nobel de la paz, quien se esforzó a fondo en su tiempo en fomentar el diálogo y la reconciliación.