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Desafío

Te escondas donde te escondas, el fantasma de la Navidad te llevará a su terreno, que seguramente es el de la infancia

Jerez Actualizado: Guardar
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La Navidad sería un gran invento si no fuera porque nos pone a prueba. Crea demasiadas expectativas de felicidad. Desde los primeros luminosos de noviembre son constantes las presiones para dibujar sonrisas, comprar regalos, planear banquetes, firmar treguas, y ese estado de dicha por decreto no deja de provocar cierta incomodidad, cuando no un comprensible fastidio. Pero lo peor es el desafío emocional, ya saben, ese listón de alegría redoblada que no todo el mundo está en condiciones de superar. La sobrecarga de espíritu navideño causa depresiones y sume a los más vulnerables en estados de profundo abatimiento, dicen los psicólogos. Es muy probable que de ahí se haya originado buena parte de la agresiva retórica antinavideña: no de la conciencia del despilfarro, sino del miedo a no estar a la altura de los abrazos. No del rechazo de las tradiciones, sino de la cautela frente a esos momentos en que te puede desarmar una pandereta.

Al fin y al cabo, la figura del aguafiestas ya es una más del belén. El personaje de Mr. Scrooge resulta tan navideño como la castañera, porque esta es una de las virtudes de la Navidad: su capacidad de absorber las contradicciones. Cuando uno cae en la cuenta de que puede cantar villancicos sin ser creyente y oír el discurso del rey sin por eso debilitar sus convicciones republicanas es que se está acercando al ideal de la sabiduría. El vértigo no está en las acciones, sino en la atmósfera. La Navidad es un estado interior que nos predispone a sacar la parte más aceptable de nosotros mismos, y a hacerlo además de manera contagiosa. Muy bonito, sí, pero arriesgado porque nos volvemos frágiles. Al bajar la guardia caemos en la cuenta de que los otros también tienen rostro y corazón, y de ahí suelen salir unas conclusiones tan interesantes para la convivencia como peligrosas para el propio equilibrio sentimental dado que estamos mejor dotados para la desconfianza y la hostilidad que para el trato amigable.

La empatía es un lugar lejano en el que de ordinario solo hacemos cortas incursiones. Y la Navidad es una de ellas. Cuando llega, nos coge desprovistos de recursos para digerirla sin riesgo de complicaciones. Por mucho que uno crea estar de vuelta de tradiciones, gastos, rituales sagrados o no tanto, chantajes comerciales, compromisos familiares, estéticas horteras y juegos de azar, siempre hay alguna partícula del mosaico navideño que le acaba atrapando y entonces de nada sirve declararse objetor. Ya puedes enfurruñarte como un intelectual avisado o adoptar la digna postura del ciudadano austero. Ya puedes pasar de largo y apretar el paso levantando el cuello del abrigo. Te escondas donde te escondas, el fantasma de la Navidad te llevará a su terreno, que seguramente es el de la infancia. Es decir, el de lo irrecuperable.