Tribuna

Otra vuelta de tuerca más

LICENCIADO EN HISPÁNICAS. MÁSTER EN CULTURA DE PAZ, CONFLICTOS Y DERECHOS HUMANOS Actualizado: Guardar
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La enorme propaganda que siguió al anuncio de los resultados de las elecciones legislativas en Marruecos, el pasado 25 de noviembre, nos quiso convencer por la fuerza de que se iniciaba allí una nueva era. Pero esas informaciones no pueden hacernos olvidar que las últimas décadas del país vecino han transcurrido bajo un régimen dictatorial y totalitario. Régimen que controla completamente el juego político, establece sus reglas y, por supuesto, cambia a los gobernantes en función de las circunstancias, pero manteniendo siempre intocables sus bases y sus intereses. El sistema elige previamente y, luego, se vale de una legitimidad electoral fabricada para salir victorioso.

Un modelo de actuación que recuerda mucho la llegada al poder del Partido Socialista de Fuerzas Populares (PSFP) en 1998. Aquel año, los marroquíes pusieron sus esperanzas e ilusiones en este histórico partido de la oposición que, en ese momento, llegó a amenazar incluso la supervivencia de la Monarquía. Desde su inicio, el-Yussufi (primer ministro entre 1998-2003) repartió promesas tanto a derecha como a izquierda. Pero cuando se disipó la niebla política, quedó al descubierto que este partido -con todo su currículum militante- no fue más que un simple actor del juego en manos de el-Makhzen para así poder apaciguar la triste realidad de entonces, idéntica a lo que está sucediendo en el día de hoy. Al respecto, son muy llamativas las palabras del historiador marroquí al-Arui referidas a el-Yussufi: 'No importa cómo llega al Gobierno, sino cómo va a salir de él'. El- Makhzen obtuvo la victoria a costa de la sangre y la lucha de los mártires militantes. Y el pueblo, como suele suceder en estos casos, lo pagó caro con más años de trágica esperanza, años en los que PSFP tiene una gran parte de responsabilidad.

Una vez despejado el polvo de las elecciones, lo primero que se adivina es el fraude en la tasa de participación. En realidad, no hemos apreciado grandes colas de ciudadanos al ir a votar, a semejanzas de Túnez, y a pesar de que el número de votantes en el país de Cartago no roza la mitad del que hay en Marruecos. Al mismo tiempo, el Ministerio de Interior -único vigilante de estas elecciones- no sacó a la luz pública un informe de los escrutinios, como es norma habitual en las democracias reales. Bastaría con saber los votos que han obtenido algunos aspirantes (que, por supuesto, no han superado los centenares) para deducir el número exacto de participantes (en torno al 25 % y no el 45 % como declaró el ministro). En este caso, aceptar ese 45% supone, cuanto menos, sospechoso declararlo como una victoria histórica. ¿Cómo es posible, si el 55% no ha votado? Eso, sin olvidar los casi once millones de marroquíes que tienen derecho al voto pero no están inscritos.

Resulta muy extraño, tal como afirmó el propio ministro, que esas personas estuvieran enfermas, de viaje, o bien, no les interesa la política. Las mismas palabras que hemos escuchado tantas otras veces en el mundo árabe. Sin embargo, en un ambiente político favorable y, sobre todo, con sentimiento de dignidad y voluntad, los tunecinos han roto todas las interpretaciones de la abstención que había sellado su país antes del derrocamiento de su ex presidente Ben Ali.

Lo más peligroso del tema es el silencio que guardan todos los partidos sobre esta nueva falsificación que atenta contra la voluntad del pueblo. Si esos partidos hicieron de la lucha contra la corrupción el lema de su campaña, ¿dónde están ahora aquellas bases de la democracia que tanta propaganda se les hizo a raíz de la nueva Constitución? El objetivo estaba muy claro desde la aparición de esa 'Constitución otorgada': que la situación permaneciera idéntica y el ministro del Interior -la auténtica mano de hierro del régimen- siguiera haciendo lo que quisiera.

En definitiva, el pueblo marroquí viene sufriendo mucho a lo largo de estos últimos cincuenta y cinco años: injusticias, esclavitud... Aún así, han aguantado esa miserable situación social, y la siguen todavía padeciendo (más de diez millones viven en el umbral de la pobreza). No obstante, será muy complicado que soporten en adelante vivir sin la dignidad y la libertad que les exige su propia humanidad.

Los marroquíes han vuelto a perder otras elecciones y, lo que es peor, otra oportunidad más de escapar de la tiranía, y, sobre todo, asentar las bases de una democracia que permita edificar un Estado que pueda acoger a todos sus hijos. Se perdió otra batalla más contra aquellos que oprimen al pueblo, se perdió otro tiempo que obligara a continuar la lucha en vez de la construcción y el desarrollo. En fin, cualquiera que sea el panal de los discursos y las consignas, la mentira no podrá permanecer oculta siempre bajo el polvo de la muerte.