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Deseando amar

Que nunca más un español, lo sea o no de corazón, desprecie lo de otros españoles

Lorenzo Silva
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El diputado Larreina, de Amaiur, se ha descolgado recientemente con una declaración sorprendente: «Amo a España, pero yo soy vasco». Si la transcripción es fiel, supone un acontecimiento extraordinario. Hasta la fecha, el nacionalismo independentista se ha mostrado incapaz de afirmar su identidad sin hacer una simultánea profesión de resentimiento hacia España. Pero lo que parecía increíble era que expresase hacia lo español un sentimiento positivo tan extremo como el amor.

Uno se atreve a dudar, por ejemplo, que un representante de Esquerra Republicana hiciera una declaración así, aun reafirmando su autoexclusión de España. Y quien dice Esquerra, dice otros más moderados. Lo que de ningún otro independentista cabe esperar, he aquí que va y lo suelta Amaiur.

Como sucede con cualquier sociedad, la española presenta algunas carencias, atesora algunas virtudes y acoge algún que otro despropósito. Pero nada de ello impide reconocer la riqueza del patrimonio común acumulado a lo largo de la Historia por los españoles. Mucho hay en ese acervo que puede disfrutarse y admirarse, y a partir de esa admiración y ese disfrute ser amado. Al margen de la adscripción patriótica de cada cual, para el caso irrelevante, esto ocurre con lo español como también con lo francés, lo checo o lo chileno. O con lo vasco o catalán.

Hay un discurso del agravio, según el cual los que profesan una ideología independentista no tienen más remedio que despreciar a España porque ella encarna la memoria de atropellos pasados, amén de impedir la afirmación de la identidad nacional del pueblo de que se trate. Es comprensible que este discurso prenda en sectores minoritarios, pero lo que desborda los confines de lo racional es que constituya una asunción general que nadie se atreva a cuestionar. En ese sentido, dieron una buena lección aquellos manifestantes de Madrid que, saliendo a proclamar un agravio, o más bien una atrocidad como el asesinato de Miguel Ángel Blanco, no tuvieron empacho en hacer de aquel eslogan de «ETA no, vascos sí» su grito mayoritario.

Hay que saludar como lo que son, algo en absoluto habitual hasta ahora, declaraciones como la del diputado Larreina. Al final, no nos engañemos, cada uno sentirá que es lo que quiera (porque sobre eso no hay jurisdicción exterior), cada uno será lo que pueda (porque la realidad no colma los deseos de todos, o de nadie) y quizá la utopía realizable consista justamente en abolir el rencor, y aprender a amar lo ajeno, incluso si sucede que no nos inspiran amor todos los que lo aman como propio.

Sería un buen objetivo. Que nunca más un español, lo sea o no de corazón, desprecie lo de otros españoles, ya lo sean de grado o a regañadientes, ya lo sigan siendo o dibujen una raya en el suelo que, no lo olvidemos, siempre será imaginaria.