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ESPAÑA

Rajoy y Rubalcaba prometen remar juntos contra la crisis

Protagonizan el debate de investidura menos agresivo de las últimas legislaturas con apelaciones continuas al pacto y al diálogo

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Mariano Rajoy tuvo el debate de investidura más tranquilo de las últimas legislaturas. Su duelo en el Congreso con el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba fue una balsa de aceite con más puntos de acuerdo que de enfrentamiento. No tuvo nada que ver con las confrontaciones a cara de perro con José Luis Rodríguez Zapatero. El marco fue tan pacífico porque el futuro presidente del Gobierno dejó sentado que no iba a hacer un ajuste de cuentas con el pasado y el líder provisional del PSOE anunció que no iba a ejercer la oposición frontal que desarrolló el PP.

Se suele decir que dos no se pelean si uno no quiere, y muchísimo menos si ninguno de los dos quiere. Eso fue lo que pasó ayer en la primera jornada del Debate de investidura en el Congreso. Rajoy y Rubalcaba parecían otros. Las críticas eran pellizcos de monja y los ataques, puñetazos de algodón. Ni una voz más alta que otra, hasta los infaltables abucheos y pataleos desde los escaños brillaron por su ausencia. Quizá la frase más repetida por ambos oradores fue «estoy de acuerdo».

En definitiva, los dos contrajeron el compromiso público de remar juntos contra la crisis. Fue un debate de guante blanco al que Zapatero, sentado por penúltimo día en el banco azul del Gobierno, asistió entre atónito y envidioso.

El que hoy será su sucesor dejó claras sus intenciones cuando nada más empezar su disertación anunció que no tenía «ninguna voluntad de mirar atrás ni de pedir a nadie responsabilidades» porque su gestión será juzgada por «lo que consigamos», no por «cómo nos hayamos encontrado las cosas». Es decir, que no piensa culpar a la herencia recibida de los problemas con que se va a topar cuando se instale en la Moncloa.

Rajoy, además, hizo un discurso con pocos flancos conflictivos. No bajó al detalle, no entró en la letra pequeña de las medidas de ajuste que va a tomar. Se limitó a hacer un diagnóstico general de la situación y dejó caer que meterá la tijera en todas las partidas presupuestarias, salvo en la de las pensiones. Puso cifras al tamaño del tajo en el gasto público, 16.500 millones de euros en 2012, y eso siempre que se cumpla el objetivo de situar este año el déficit en el 6% del PIB. Para situarse, el que aprobó Zapatero en mayo pasado fue de 15.000 millones.

Pero el PP da por descontado que el objetivo del 6% no se alcanzará sino que los números rojos serán peores y el ajuste, por tanto, tendrá que ser mayor. Por cada punto de desviación los expertos calculan que habrá que incrementar en 10.000 millones los recortes para llegar al déficit de 4,4% a final del año próximo, que es el porcentaje pactado con la Unión Europea y que para Rajoy es irrenunciable. «Es nuestro compromiso y a él nos vamos a atener», afirmó con rotundidad para alertar acto seguido de que viene días difíciles. «Afrontamos enormes dificultades, nos esperan esfuerzos muy exigentes, pero también tenemos enormes fortalezas», apuntó entre realista y optimista. Garantizó asimismo que no pondrá paños calientes cuando haya que explicar los problemas y las medidas. Hay que llamar «al pan, pan y al vino, vino», resumió.

Sin novedades

El discurso, por lo demás, no aportó novedades en lo que a los anuncios se refiere. Recopiló en una sola pieza oratoria los escasos compromisos que adquirió en la campaña y en el programa electoral del PP, y ayer no fue más allá en nada. Se refugió en la prudencia obligada del que no conoce el estado real de las cuentas públicas ni las previsiones reales de crecimiento. Ni siquiera ante los reiterados emplazamientos de Rubalcaba para que dijera si va a subir los impuestos mostró sus cartas. Su «intención», dijo, es no incrementarlos porque «ahora» no es «lo más razonable». A futuro, quién sabe. Tampoco entró en el rifirrafe ante el que pudo ser el ataque más descarnado del portavoz socialista, el de la acusación de pretender desmontar el estado de bienestar por «la puerta de atrás». «No me voy a dar por aludido», fue su diplomática respuesta.

Rubalcaba facilitó la distensión en el ambiente -«aburrimiento», según más de un diputado-. «No vamos a hacer la oposición que ustedes nos hicieron» porque los ciudadanos quieren que «compartamos las soluciones» a la crisis, anunció de entrada. Desgranó una serie de ofertas de colaboración y, en relación a ETA, asunto que Rajoy no abordó en su discurso ni en las réplicas al portavoz socialista, garantizó «la lealtad» del PSOE.

Las críticas, como no hubo medidas concretas, fueron también genéricas. El hoy jefe de la oposición acusó al próximo gobernante de «contar lo bueno» mientras «se calla lo menos bueno» de lo que va a hacer desde el Ejecutivo. Mostró sus reticencias a la reforma laboral que anunció el líder del PP, así como a sus propuestas educativas o a sus planes 'ocultos' para la Sanidad. Pero todo dentro de un tono de mano tendida y con espíritu de colaboración.

Si el duelo entre Rajoy y Rubalcaba levantó cualquier cosa menos chispas, el que mantuvo el próximo inquilino de la Moncloa con el portavoz de CiU, Josep Antoni Duran Lleida, fue adormecedor. Sabido es que el PP quiere tener a los nacionalistas catalanes como aliado parlamentario preferente en esta legislatura, y Rajoy lo dejó muy claro. Defendió los severos ajustes puestos en práctica por la Generalitat de Cataluña, «están haciendo -dijo- lo que deben hacer», y recordó, por si acaso, que esas medidas y la aprobación de los presupuestos son posibles por el apoyo del PP en el Parlamento autonómico.

En los temas polémicos, como la exigencia de CiU de un pacto fiscal para Cataluña, el próximo jefe del Ejecutivo echó el balón para adelante y situó el debate sobre el mismo en la segunda mitad de la legislatura, aunque no mostró un entusiasmo excesivo ante la exigencia de que Cataluña recaude todos los impuestos en su territorio, los administre y pague una cuota o cupo a la administración central. Duran se dio por satisfecho a medias e insinuó que CiU no respaldará a Rajoy en la investidura y se abstendrá.

Un poco más tenso fue el debate con IU, pero tampoco llegó la sangre al río. Los diagnósticos y la terapia de la crisis de Rajoy y Cayo Lara se situaron en las antípodas. Y, pese a ello, el líder popular no descartó poder llegar a acuerdos con la coalición de izquierdas. Un guante que el coordinador de IU no recogió, insistió en que la crisis tiene soluciones desde la izquierda, pero se mostró convencido de que el próximo Gobierno solo aplicará recetas «neoliberales». Rajoy soslayó ese debate ideológico.

El tono conciliador se rompió con la portavoz de UPyD, Rosa Díez, quien se enfrentó a Rajoy en dos asuntos de calado: la reforma de la ley electoral y la corrupción. Ambos dirigentes se enzarzaron en el debate más agrio de toda la jornada.